Leyendo el café y las intenciones

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En un local de esos ya muy viejos en donde el café fluye todo el día y la gente se convierte en amante de dicha libación, una dueña, dos clientes y un observador pasan los días. Cada quien su historia.

A Omar el amor lo tiene sin cuidado; lo que verdaderamente lo despierta no es Norma sino el aroma del café que ella prepara en su pequeño local. El panqué de mora también es bueno, y aunque la mujer parece obsesiva y zafada de la cabeza, a él siempre lo atiende muy bien, hasta le endulza el café de un modo especial.

Por su parte, Norma sí vive de amor, de ese amor que como un remo empuja y dirige una embarcación. Cada mañana espera ansiosa servir en su cafetería de la Roma, en su vieja taza rota, el café de su secreto amor. Es tanta su adoración por Omar que decide terminar con él antes de que Marta se lo robe.

Marta, otra clienta del café, no se imagina que tiene participación en la trama de esta triste historia pues en Omar jamás se ha fijado, sólo intercambia frases cortas de saludo en alguna u otra ocasión.

Amos, el lector de café que para Norma trabaja, ve el fallido triángulo desde la distancia e intuye que eso no va a terminar bien, pero al igual que la rata que observa su entorno con atención, se limita a ver tras bambalinas la función.

La policía encuentra el cuerpo sin vida de Omar, quien caminando por la calle hacia su trabajo sintió el último latido de su joven corazón. Un panqué de moras en una bolsa de papel y un thermo con café tirados en el callejón.

-¿Qué tanto dices entre dientes? -pregunta ansiosa Norma, mientras Amos, su empleado, le lee el café.

-Tengo un mantra que repito a diario -contesta sin levantar la mirada -El amor es un arma que mata en silencio, -le dice tranquilo y añade -así como tú.

Por: María Teresa Rosado Machain