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Quisiera que Cuarón dijera

Mauricio Jalife Daher

Que el muro no sólo es allá, es aquí y desde siempre, al menos, desde que la patria se hizo patria; que el muro está arraigado en nuestras mentes y nuestras prácticas sociales más íntimas, en formas tan inoculadas, que ya no lo percibimos. Que saltar de cuando en cuando el muro para regalar ropa, o para dar un abrazo no es solidaridad sino justificación. Que nuestra cultura está articulada sobre las premisas de la desigualdad y la indiferencia, del servilismo desde la médula de la postración y la necesidad extremas. La ignorancia, de los dos lados, como mecanismo de perpetuación de un colonialismo rebautizado.

Roma es una fotografía tan precisa de nuestra forma clasista de operar socialmente, que se vuelve una radiografía. El muro también nos encierra como género; hombres estúpidos que usan toda clase de violencia porque se saben intocables. La violencia física de un amante fugaz que huye de su legado; la violencia psicológica de un padre emocionalmente ausente. Un muro perimetral, que nos encierra en nuestra vanidad desbocada. ¿Cuánto hemos avanzado en 50 años?

cine

Fotograma de ‘Roma’ (A. Cuarón, 2018, Netflix).

Es sintomático que cuando nos exponemos a otros entornos, nos parezca extraño que algunos prestadores de servicios nos traten sin la parafernalia de los subordinados. Nuestra reacción inmediata, es cuestionar su comportamiento como “igualados”. Es correcto, son nuestros pares y se conducen como tales.

La enorme comodidad del prejuicio ha dotado a sus beneficiarios de un arsenal de expresiones ofensivas y brutales, con una carga de significados que siguen proclamando la pretendida supremacía del blanco, o del rico, o del noble, o del que estudio, o del hijo de…

Nuestra visión del mundo explicada y reducida a dos grupos: los que mandan y los que obedecen.

clases sociales

‘Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central’ Diego Rivera, 1947 (Imagen tomada de: BP Grada Roja).

Así visto, parecería Trump una mera proyección de nuestros propios miedos y derroteros. Su muro es nuestro muro. Su afán por cerrar la casa y administrar la entrada es una paradoja siniestra de la breve jurisdicción de nuestras casas; y de nuestras mentes. Ahí, el derecho lo dictamos nosotros; la ley la aplicamos nosotros; el muro lo hacemos nosotros.

Cuando juzgamos el lenguaje polarizante de López Obrador, elocuente en etiquetas y descalificaciones, hay que reconocer su presencia en la base de nuestra convivencia. Es fácil desentrañar el resentimiento, es simple apelar a la diferencia, es políticamente lucrativo mostrar los bandos y estar de un lado. Lo difícil es convocar a la reconciliación desde la conciencia y el cambio real, derribar el muro para encontrar al otro. Al otro crecido, al otro digno, al otro igual.  La construcción cultural y jurídica “del igual” requiere tiempo, trabajo, espejos y conciencia. Lo simple y reduccionista es seguir acusando a Trump de discriminar.

discriminación

Muro entre México y Estados Unidos (Foto: El País).

Tenemos hoy la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación, que es la reacción que el sistema normativo ha gestado para dar cauce institucional a esta manera de ser y convivir. Está bien, el Derecho es “el mínimo contenido ético socialmente exigible”, como reza la conocida máxima, pero aun siendo amplias las hipótesis, y severas las sanciones, la ley no podrá modelar esta realidad apabullante. El muro de cada quien sólo a través del trabajo personal puede ser derribado.

Qué gran alegría ver a Cuarón subir a recibir el Globo de Oro el pasado domingo. Qué orgullo ver a estos cuatro mexicanos magníficos acaparar premios y elogios en el mundo del cine en los últimos años. En realidad, Cuarón sí lo dijo a lo largo de toda su premiada película, que es memoria y nostalgia, pero es también parte del grito ahogado de la sociedad clasista y repudiable del 2019: el muro somos nosotros.

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