El espejismo del socialismo

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Estimados amantes de Marx:

Debo desengañarlos: Suecia, Noruega, Dinamarca y demás países nórdicos no son socialistas. Su modelo económico es capitalista, liberal, está basado en el libre mercado. Su sistema político es democrático y representativo. Sus instituciones son sólidas y se respeta el estado de Derecho, sin importar quién detente el poder.

De hecho, en todos esos países tan admirados por sus programas sociales, no fue sino hasta que estuvieron suficientemente sólidas sus economías que se establecieron servicios de salud, de educación y de seguridad eficientes para garantizar el desarrollo y el bienestar de su población.

Pero ojo, no se da nada gratis, nada es regalado, los habitantes pagan unas tasas de impuestos elevadísimas, todos.

Antes que nada, su sistema permite que los ciudadanos generen su propia riqueza; es luego que el fisco les cobra un porcentaje de lo que ganan y, al final, esa riqueza se reparte equitativamente a través de servicios, no de dádivas. En otras palabras, primero produces, luego contribuyes y al final recibes, consciente de que los impuestos, aunque altos, tienen retorno.

En los países socialistas ocurre lo contrario. El Estado anula las libertades del individuo al máximo posible. El Estado dicta y determina la vida de los ciudadanos con el pretexto de que antes que el individuo está el bien común, y el bien común lo determina el Estado, hasta que acaba controlando todos los ámbitos: económico, social, cultural, etc.

No obstante, el gobierno suele ser un pésimo empresario, por lo que acaba quebrando al país y acrecentando la corrupción.

Al pretender manejar los hilos del mercado, el Estado termina con la libre competencia y ocasiona desabasto, improductividad, encarecimiento, carestía e inflación.

Las pruebas están en la historia.

Es fácil ver cuáles regímenes proporcionan hoy por hoy una mejor vida a sus ciudadanos: ¿adónde migra el que aspira a un mejor porvenir? Nunca a un país socialista…

No puede haber justicia sin libertad. Ni equidad por imposición. El Estado debe interferir lo menos posible en el libre albedrío del individuo, pues ni Dios lo hace. Dios nos hizo libres.

El Estado solo debe servir para lo que fue creado en el contrato social original, o sea, para lo que es indispensable: garantizar la convivencia social para que los individuos puedan desarrollarse y vivir en sociedad. Esto es, brindar seguridad y certeza jurídica. Y el marco de Derecho debe restringirse a evitar que el individuo viole los derechos de terceros al ejercer su libertad.

Ni siquiera corresponde a la naturaleza del Estado el brindar todo tipo de servicios a los ciudadanos. Solo le corresponde garantizar las condiciones para que estos puedan acceder a ellos con sus propios recursos. Con los impuestos que cobra, el Erario debe financiar solo a los ciudadanos que por su condición física o mental no tengan la capacidad de generar recursos propios.

El ciudadano debe pagar por lo que recibe y el Gobierno no tiene por qué presumir que da nada gratis. De hecho, lo que da se paga con los impuestos, el problema es que pocos pagamos impuestos. Por eso se deben cobrar, ya sea a través de los impuestos pagados por el ciudadano o mediante el pago directo quien no declare impuestos.

Dice Spinoza que como cualquier otra cosa natural, el Estado no puede existir y conservarse si no se conforma a las leyes de su propia naturaleza. El límite de su acción está, por ello, determinado por aquellas leyes sin las cuales deja de ser Estado.

Afirma que “el Estado falta cuando hace o tolera cosas que pueden causar su ruina; falta en el sentido en que los filósofos y médicos dicen que falta la naturaleza, esto es, en el sentido de que obra contra el dictamen de la razón. En otras palabras, el Estado está sometido a leyes en el mismo sentido en que lo está el hombre en estado natural; en el sentido de que está obligado a no destruirse a sí mismo.

Por tanto, para el Estado como para el individuo particular, la mejor regla será la de fundarse en los preceptos de la razón que son los únicos que garantizan su conservación. Y puesto que el fin del Estado es la paz y la seguridad de la vida, por esto la ley fundamental que limita la acción del Estado deriva de esta intrínseca finalidad suya, sin la cual falta al fin para el cual ha nacido, esto es, falta a su propia naturaleza.

Por otra parte, la vida del Estado está garantizada en cierto modo por la misma naturaleza del hombre. Los hombres se unen para formar una comunidad política, en la cual constituyen como una sola alma, no por un impulso racional, sino por alguna pasión, como la esperanza, o el temor. Y como que todos tienen miedo al aislamiento, ya que ninguno tiene fuerzas suficientes para defenderse y procurarse las cosas necesarias para la vida, se sigue de aquí que todos desean naturalmente el estado social y el que no es posible que los hombres lo destruyan nunca completamente. Ni siquiera de las discordias internas puede nunca nacer la completa disolución del Estado, como sucede con las otras asociaciones, sino solamente puede haber un cambio de forma.”

Bibliografía: En la “Historia de la Filosofía.» Nicolás Abbagnano. Volumen 02. Parte Quinta. La Filosofía Moderna de los Siglos XVII y XVIII. Capítulo V. Spinoza. 433, el Derecho Natural como Necesidad. Página 249.