Bruno Almaraz: un ser humano en escena

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Esto no fue solo una sesión de preguntas y respuestas interesantes, como la mayoría de las entrevistas, sino un espacio que me regaló la vida para conocer a un ser humano muy especial. Lo supe desde que, no recuerdo a cuento de qué, Bruno sentó la diferencia entre persona y ser humano:

Bruno. Un ser humano no cambia su identidad, no no tiene máscaras. Un ser humano se conduce de manera diferente al resto de la gente. No lastima, es transparente, claro. He llegado a pensar que no solo existe basura orgánica e inorgánica, también existe la basura humana, literalmente, lo veo día a día. Encontrarse con seres humanos es una experiencia que enriquece, porque son positivos. A pesar de lo que ocurra no se quejan de nada. Los seres humanos nos agrupamos y nos dedicamos tiempo para analizar lo que está mal, pero también para aprender de lo que está bien. La ignorancia es peligrosa.

Se nota que eres de mente inquieta, hiperactiva.

Desde los once años escribía poesía. Para mis tiempos era muy revolucionada. A veces escribo poesía con números, pienso que los números y las letras se asocian. También creo que las palabras envejecen, por eso existe la minúscula y la mayúscula. Y tienen un significado según la intención con la que se escriba.

¿Le confieres connotaciones a las letras?

Sí, soy muy raro. Rarísimo. Yo le decía a mi papá: “Oye papá, yo creo que me mandaron de otro mundo, nací en un tiempo que no era el mío. No es mi tiempo papá, este no me gusta.” Él me decía: “No te quejes, si no te gusta, cámbialo tú.”

Y a lo que traías de origen se sumó la vida.

Me pasaron infinidad de cosas a partir de que me salí de casa a los 18 años. Estudié Letras en la UNAM, pero esa carrera quedó trunca cuando el FONCA me becó para estudiar en Buenos Aires Arte Dramático.
Me trataron de una manera pésima porque era negrito en un barrio bravo, como Palermo. Me quedaba dormido en clase, era pesadísimo, estudiaba de 10 a 8, no tenía tiempo de nada más. De regreso en México me ocurrió una anécdota con José Luis Rodríguez Pérez “Palillo” que fue un parteaguas. Él entonces era el director de Relaciones Públicas de TV Azteca. Iba yo circulando cuando me chocó con su auto. Me bajé y antes de ver los daños en mi coche le pregunté: “¿Está bien señor?” Me extendió su tarjeta y dijo: “Oye, ya me tengo que ir, pero búscame.” Vi mi facia rota y respondí: “No se preocupe señor, ¿está usted bien?” Unos días después le llamé por teléfono: “¿Cómo está? Yo soy al que le pegó.” Me indicó que fuera a verlo al canal y estando ahí me preguntó a qué me dedicaba. “Voy a presentarte con María Luisa Alzaldúa”, dijo. Me llevó a TV Azteca, hice un casting para “Lo que callamos las mujeres”, y a partir de ahí estuve cuatro años en esa televisora trabajando como actor, aunque nunca dejé de escribir.

A los 24 años decidí dejar ese trabajo. Entonces vivía en Fresas y Pilares, en la colonia Del Valle, y un día, el señor que vivía enfrente, a quien no conocía, me dijo al coincidir cuando salimos a depositar la basura: “Usted escribe como señor.” Resultó que desde su ventana me veía escribiendo en una máquina de escribir antigua. “¿Sabe quién soy yo?”, me preguntó. Yo no tenía idea. Resultó ser el escritor de “Cuna de lobos”, exitosa telenovela de Televisa. Cuando leyó mis ensayos literarios opinó que tenía mucho potencial: “Me da gusto que escribas de esta forma. Ya lánzate, haz las cosas en grande.”

Busqué a José del Valle, un amigo, y le dige: “Oye, ¿sabes qué?, necesito tu teatro. ¿Cuánto cuesta?” Era el teatro del Congreso del trabajo. “Para ti, nada. Te aprecio mucho y tienes talento. Ocúpate. Nada más hay que limpiarlo, no tiene luz, mano.”

Sí, soy muy raro. Rarísimo. Yo le decía a mi papá: oye papá, yo creo que me mandaron de otro mundo.

Pero montar una obra cuesta, aunque tengas el escenario, hay que producirla, pagar a los actores, difundirla…

Todo eso tenía que pagar. Invertí todos los ahorros que junté mientras estuve trabajando. Recuerdo que al pasar frente al Poliforum todos los días pensaba: yo voy a estar ahí. Creía en mí. Y sí, más adelante estuve trabajando ahí tres años y medio. Me tocó cerrar el Poliforum con Evangelina Elizondo en “Un mundo raro”. Ser escritor, director y productor no es fácil. De ahí brinqué a rentar el teatro Telmex y el Aldama. Comencé a hacer alianzas con colegios, porque tengo todo tipo de obras y todas manejan valores.

¿Todo lo que has producido ha sido escrito por ti? ¿De dónde sacas el capital?

Todo. Tengo a la fecha doce obras escritas, de las cuales he producido y dirigido once. Llegó un punto cuando empecé a producir teatro independiente en que hice un arqueo de lo que yo traía: el know how y experiencias de vida. En algún momento me senté con Carlos Monsivaes en el Sanborns de Coyoacan y me dijo: “La línea que traes es muy interesante, tienes que irte de México, aquí no van a valorar lo que estás haciendo. Has estado en espacios muy interesantes, créetela.” Yo tenía entonces 27 años. Eso me llevó a crear una casa productora de teatro, comerciales, foto fija, todo lo que tiene que ver con creatividad.  Hoy somos una empresa integrada por 42 personas leales; cuando tienes un gran equipo humano puedes lograr grandes cosas.

¿Has vendido los derechos de tus obras?

No. Mi personaje Oliverio, por ejemplo, es un niño que no crece y viaja a través de los sueños porque quiere cambiar el mundo.

Es el personaje principal de una obra musical que crea conciencia sobre el bullying. Una agencia se interesó en él porque pensaron que podía ser el nuevo Chavo del 8, pero yo dije “no, no lo vendo”. Oliverio posee un alcance impresionante, tiene el poder para cambiar la cultura, es el portavoz de muchas personas. Incluso se ha hecho animado. Presenté la obra en el Poliforum y varios de los niños que formé como actores siguen en la carrera de actuación.

Tu obra “El espejo” también habla de valores y trata sobre el llevar un diario. Es un hábito que poca gente conserva. Ahora, el Facebook es el diario de las personas.

Yo no tengo Facebook, no creo en eso.

Eres como antiguo en ese sentido.

¿Qué va a pasar el día que ya no exista eso?

Se perdería todo lo que has subido en tu muro. 

Es la comunicación lo que se pierde. Antes los seres humanos teníamos comunicación real. A veces soy duro con los actores porque no comprenden lo que leen, tampoco comprenden lo que dicen. Para preparar a un actor hay que hacerle entender cómo decir una verdad que se vuelve mentira y viceversa. Al decir palabras sin intención, no creces. La gente de hoy no lee, no comprende. Yo desde pequeño leía libros de verdad, no libros “para niños”. Me gustaba mucho leer a Mario Benedetti.

¿Tus obras son poéticas?

Poéticas y crueles, sarcásticamente crueles, uso mucho el humor.  Es difícil usar el humor con inteligencia al tratar temas delicados. Inicio en tres meses una temporada con la obra “Miedo a la verdad”, en el teatro Aldama. Cada uno de los siete personajes cuenta su propia historia, con una problemática distinta, como VIH, anorexia, promiscuidad, entre otros. Al final de la obra tenemos un espacio de retroalimentación por parte del público, con especialistas y un psiquiatra. Esta obra ya ha salvado vidas. En la obra “Rojo violeta” trato la discriminación y el maltrato que sufre un padre por parte de sus hijos. “Soledad ciega” habla de la infidelidad, de que no hay amigos cuando hay un amor en medio.

Mi propósito es que en México se escriba buen teatro. Es más fácil conseguir los derechos y montar una obra que ha tenido éxito en otros países. Se está perdiendo el talento mexicano en ese tema, está desperdiciado, reprimido. ¿Por qué no crear una “Édith Piaf” en México?

¿Cómo lo has logrado hacer tú en un medio tan difícil? ¿Se te abrieron las puertas por casualidad?

Hubo muchas coincidencias, pero también sé decir no. Creo que es la palabra que más me gusta. Digo no a las cosas que no me vibran, sigo mi intuición, hay que saber a dónde vas.

A veces soy duro con los actores porque no comprenden lo que leen, tampoco comprenden
lo que dicen.

¿De dónde te llegan las historias que escribes?

De vivencias, mías y de otros, soy muy sensible. Todos somos poetas. Tengo un lugar particular donde escribo, es un árbol por ahí, en la calle, donde desde chavito guardaba mis cosas más importantes. Me siento ahí y escribo en hojas, luego lo paso a máquina. El ruido del tecleo de mi vieja máquina de escribir lo asocio con el tiempo, como si fuera un segundero, y con el latir de mi corazón también. Cuando te acostumbras a escribir en una máquina de escribir, ya no te equivocas, lo escribo primero en la mente.

¿Cómo es Bruno, el ser humano?

Todo lo que tenga que ver con libros y letras, soy yo. La única forma de conocer a Bruno es a través de lo que escribe. Soy diferente, soy raro. Me gustan los seres humanos, pero no la gente, no me hallo en la sociedad, no me gusta el ruido. Pienso que al mundo se viene a ser libre. La libertad es algo que te hace dejar de pensar para poder sentir. Si no sientes no ves nada. Soy más de sentir que de pensar. Siempre tengo metas a corto y largo plazo. Y Dios ocupa el lugar número uno en mi vida.