En una escena de Los Soprano los protagonistas están a un velatorio, comen y beben desenfadadamente a pocos metros del cadáver, un mafioso judío se anima a contar un chiste para provocar la risa de sus compañeros:
–Sabéis, en los velatorios judíos la gente toma la palabra y comparte con los demás los buenos recuerdos que les deja el muerto. Aunque hace años estuve en uno muy raro en el que nadie decía ni pio. El rabino estaba nervioso, aquel silencio era demasiado incómodo y no había manera de dar pasaporte digno al fiambre. Al final alguien se animó y gritó desde el fondo, “yo si que tengo algo bueno que decir sobre el muerto; su hermano era mucho peor”.

A veces todo se puede resumir en un chiste. Hacerlo es simplificar las cosas, no es justo, es grotesco; pero sin embargo se puede hacer. Hay una perspectiva desde la que todo cuanto nos está ocurriendo se puede resumir en “su hermano era peor”. Basta con fijarse en lo que compartimos por redes sociales con la intención de expresar nuestras ideas y convicciones. A través de ello es fácil reconocer a nuestro “hermano peor”, señalamos cada día su zafiedad, su ignorancia y su perversión. Pero, sin embargo, cuesta deducir nada acerca de nosotros mismos.

Igual pasa cuando un político, de cualquier signo, se enfrenta a preguntas incómodas; su reacción normal, casi natural, es señalar lo que otros hacen, o hicieron peor. No hay límites a la hora de buscar lo peor de nosotros mismos, se puede saltar hacía atrás en el tiempo, escarbar en el fondo de cualquier basurero o lanzarse por un desagüe infecto.

Lo peor de los demás como fuente de identidad y legitimidad propia. No suena nada prometedor como epitafio. ¿Eso es todo cuanto se podrá alegar en nuestro favor cuando ya no estemos para justificarnos?.

“La búsqueda de la verdad y la belleza dan sentido a una vida”; así lo han afirmado muchos filósofos a lo largo de los siglos. No tengo nada que objetar, es el camino más gratificante que he conocido, siempre desde un sentido epicúreo que permita distinguir los placeres cuando llegan y deleitarse con ellos.

La verdad no tiene nada que ver con la razón absoluta; es la necesidad perenne de superar los límites del entendimiento que tenemos de nosotros mismos y de todo cuanto nos rodea. Y la belleza no es el ensimismamiento con un determinado canon estético; es la búsqueda de lo sublime que hay en cualquier cosa, cualquier momento o cualquier persona. La belleza a veces está oculta entre la mierda; y otras es la propia mierda.

“Su hermano era peor” es regodearnos en los pobres límites de nuestra compresión y, exhibir como única victoria, que hay alguien más tonto, peor que nosotros. Es rechazar la belleza para nosotros mismos y negar esa posibilidad en los demás.

Existe una verdad pálida, demacrada, que emana del sentido totalitario con que estamos usando las imágenes y las palabras. Y una belleza que es poco más que narcisismo, selfie, imagen prefabricada; discursos épicos y maniqueos que no admiten preguntas, y muchos menos dudas.

Algunos dicen que lo urgente en este momento es saldar las cuentas con ese “hermano mucho peor”, y a partir de ese momento todo será posible, todo cobrará sentido. Es imposible estar más equivocado. La verdad y la belleza siempre son urgentes, son lo único urgente; son lo único.  Solo ellas dan un sentido al presente y le otorgan una posibilidad al futuro.

He echado la vista al pasado buscando un instante mejor, y he encontrado algo sublime. El vídeo que viene a continuación es un extracto de una larga entrevista con una de las personas más brillantes del siglo XX. Fue emitida, en horario de máxima audiencia, por la BBC y la NBC en los años sesenta. Millones de personas, de toda condición, encendieron el televisor y, entre otras cosas, encontraron este momento de verdad y belleza. Quizás en aquel momento el listón que había que saltar para ganarse el derecho a ocupar el espacio público apuntaba muy alto; ahora, en cambio, apunta muy bajo, cada vez más. Tampoco exigimos otra cosa, nos basta con encontrar a alguien peor; mientras aún haya.