InicioDesarrolloParejaDeseo sexual: ¿cuándo es ordenado y cuándo desordenado?

Deseo sexual: ¿cuándo es ordenado y cuándo desordenado?

La única respuesta digna de un ser humano es amar al otro y no usarle.

La unión sexual, vivida de modo humano y santificada por el sacramento, es a su vez camino de crecimiento en la vida de la gracia para los esposos. Es el “misterio nupcial”. (AMORIS  LÆTITIA 74)

Si los esposos entendieran la grandeza de la intimidad sexual y el cúmulo de gracias y bendiciones que Dios les infunde, que les regala por medio de ella, cada unión la valorarían en su justa medida y la vivirían con la dignidad y la santidad que este acto merece.

“El Sacramento del Matrimonio manifiesta el eterno misterio de Dios como un signo que sirve no sólo para proclamar este misterio, sino, para lograrlo en nosotros”. Esto es mera Teología del Cuerpo dicha por San Juan Pablo II en una de sus Audiencias del año ´82.

¿Qué quiere decir esto? Que mediante la unión sexual, la cual es signo eficaz de gracia sacramental, los esposos -ministro y materia mutua de sacramento- y quienes ya son una sola carne, espiritualmente hablando, “conectan” o fusionan sus espíritus y se unen al espíritu de Dios para así ser uno con Él.

¡Qué belleza! Esto es simplemente sublime. Cada vez que los esposos deciden tener intimidad, además de pasar un rato bello y agradable, Dios está con ellos bendiciendo su unión, su amor y dándoles las gracias -ayudas sobrenaturales- exactas, justo aquellas que necesiten para sacer adelante su matrimonio, gracias sacramentales que, muchas veces, ni siquiera los mismos esposos son conscientes de que las necesitan.

Volvamos a los comienzos de la Creación. Recordemos que cuando Adán vio a Eva, a su “ayuda idónea”, sintió deseo sexual por ella, pero fue un deseo ordenado al amor. Él se sintió completo con Eva. Ella fue su complemento. Ambos, por medio de su sexualidad, están cumpliendo y complementando su unión con Dios. Es decir, se están amando como Dios ama. Lo mismo sucede con los esposos, cada vez que tienen intimidad y cumpliendo con los atributos para que esta sea santa -libre, total, fiel, fructuosa-, aman como Dios ama.

¿Pero, en què momento dejamos que nuestro deseo sexual se desordenara? Sigo con Adán y Eva porque al final del día ellos son los causantes de todo… ¡Todo por una manzana -tentaciones-!

Después de caer en la tentación, en la dimensión espiritual su amor, su corazón ya no estaba completamente volteado hacia Dios como originalmente estaba. Y lo mismo sucede con el hombre actual. Al voltear su corazón para verse a sí mismo, ya no comparte ni el espíritu de Dios ni sus perfecciones. Es decir, Dios ya no habita en ellos porque, utilizando su libre albedrio no lo eligieron. Ahora comparten sus mutuas imperfecciones humanas y espirituales como la ira, la lujuria, etc.

Igual pasa ahora cuando tú y yo elegimos sacar a Dios de nuestra vida por el pecado. Sin el Espíritu Santo, sin compartir sus perfecciones, es imposible que veamos a Dios en los demás, en este caso a nuestro cónyuge. Dejamos que la lujuria ocupe el lugar de la virtud y pierde su “atributo nupcial” original, el cual era limpio, puro y ordenado al amor.

Es decir, ahora por medio de mi cuerpo no quiero expresar ni comunicar el amor, ser un regalo para ti, sino satisfacer mi deseo físico. Ahora mi deseo sexual no está ordenado al amor, sino al placer por el placer, a mi antojo. Dejo que la lujuria pase por encima del amor. Es decir, vivo un deseo desordenado y egoísta que piensa solo en mí, en cumplir mis caprichos y satisfacer mis pasiones o apetitos. Quiero sexo y punto.

Esto es clave que todos lo entendamos. Cuando hay un amor puro en la pareja, donde la dignidad y el respeto como personas se viva, de igual forma existirá esa atracción sexual, la cual es del agrado de Dios, porque será un deseo fruto y dirigido hacia el amor. Es decir, el amor está por encima de la lujuria: cómo te puedo respetar, cómo te puedo servir, cómo juntos podemos llegar a Dios.

Ahora bien, si la lujuria está por encima y el amor abajo, mi deseo será solo verla, imaginarla, poseerla como objeto sexual. La persona se siente usada y ese sentimiento eventualmente cobrará factura, porque la única respuesta digna de un ser humano es amar al otro y no usarle.

A nadie nos gusta sentirnos usados, mucho menos a la mujer. Si en algún momento ella llega a sentirse así, pondrá muchos pretextos para no tener intimidad. Pensará: “¡No me tratas con el amor, el respeto y la dignidad que merezco y aún así quieres mi cuerpecito!” ¡Toma chango tu banano! Porque nos duele la cabeza. Y bueno, los que son casados ya sabrán la de cosas que se pueden originar cuando una mujer le niega la intimidad a su marido.

Hay un refrán que dice: “El hombre demuestra amor porque quiere sexo. La mujer da el sexo porque quiere amor”. Antes el deseo sexual estaba ordenado al amor ahora está ordenado a la lujuria dónde nos hemos bajado hasta nivel de animales, usándonos cuales objeto de placer sin amor.

El gran reto de hoy en día es rescatar la dignidad de nuestra sexualidad y del acto sexual. ¿Cómo? Volviendo nuestro corazón a Dios. “En Cristo, esta tarea de discernir los movimientos del corazón y experimentar la transformación de nuestros deseos sexuales se puede lograr, y es realmente digno del hombre”. (San Juan Pablo II-TdC) Esto solo se logra con el espíritu Santo viviendo dentro de nuestros corazones. Si hoy mi corazón está volteado solo viéndome a mí, con el espíritu Santo lo puedo girar hacia Dios. Esa sensación será un deseo de respetar y no de usar a nadie.

Necesitamos ser muy fuertes y firmes en nuestra fe y voluntad para realmente generar cambios. Es una gran batalla espiritual porque hay tres enemigos luchando contra esto: los valores falsos -vicios- que nos ofrece el mundo; nuestra propia carne que es débil y el demonio quien no quiere que amemos a Dios y nos convirtamos y nos transformemos. Él quiere que dejemos de creer en el matrimonio como una institución sagrada entre un hombre y una mujer porque sabe que esta es generadora de vida y la base de la familia y de la sociedad.

Recordemos que nuestra meta en esta vida es amar como Dios nos ama. Y esto lo experimentaremos a plenitud regresando nuestro corazón a Dios. Solo así volveremos a experimentar sus perfecciones. La misión de Cristo fue devolvernos la vida de Dios, volvernos a Él y a sus perfecciones. Volver a conectar a todo el mundo con el Padre Creador. En el matrimonio sacramental mi cónyuge es mi Cristo, mi camino para llegar al Padre.

Fuente: Aleteia

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