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Terminé con mi pareja: cómo superarlo

Terminé con mi pareja: cómo superarlo

Por Luz Ivonne Ream

El vacío que esa relación dejó no se llena con otra relación, sino con un trabajo personal

Cuando ames a alguien y sientas que para mantener a esa persona a tu lado tienes que sufrir y tolerar faltas de respeto, dejar pisar tu dignidad “en nombre del amor”, anular tu persona, cambiar tu esencia, aceptar antivalores y hasta rogar para ser amado, -aunque te duela en lo más profundo de tu alma- retírate.

Y no tanto porque las cosas se tornen difíciles, sino porque quien no se valore y te haga sentir valorado, quien no sea capaz de dar lo mejor de sí por amor, quien no pueda establecer el mismo compromiso y entrega, simplemente no sabe amar y no te merece.

Y así hay muchas personas, que no saben qué hacer cuando el amor se les presenta y lo rechazan por medio de actitudes y comportamientos que acaban por poner punto final a sus relaciones, tristemente no de la manera más armoniosa.

El dolor de un divorcio es tan fuerte que no en vano es el duelo más doloroso por debajo de la muerte de un hijo. Sin embargo, esta vez no me refiero solo a los matrimonios que faltan al vínculo sacramental, sino a todo tipo de rupturas amorosas donde hombre y mujer salen con mucho dolor y sufrimiento después de dar por concluida su relación.

En un noviazgo, por ejemplo, podemos terminar con nuestra relación por infinidad de razones y sea la que sea siempre dolerá. Una razón, a mi parecer la más importante, es cuando -con los ojos abiertos y el corazón aún más abierto- nos damos de cuenta que no nos convenimos. Es decir, nos alejamos no porque no nos amemos, sino porque uno no le conviene al otro y viceversa. Se necesita de mucha madurez para llegar a este tipo de aceptación.

La ruptura de una relación es un proceso en el que se experimenta transición, cambio y dolor. Todo cambio indica que algo muere, que algo ya no está. Al mismo tiempo indica que algo nuevo está por llegar o por nacer y no me refiero necesariamente a un nuevo amor.

Todo final trae consigo una nueva etapa. Despedirse de alguien con quien mantuvimos un vínculo amoroso, con quien compartimos risas, alegría, tristezas y toda clase de experiencias es de las sensaciones más dolorosas. Estas despedidas generan una sensación de pérdida irreparable, como si nos amputaran algún miembro.

Se sabe dónde está el corazón porque ahí duele. En el pecho se generan unas descargas de adrenalina espantosas, como si una lanza la traspasara. Pareciera que el alma se rompiera a pedazos. Incluso, ya se comprobó que médicamente existe el “Síndrome del Corazón Roto” o “Cardiomiopatía de Takotsub” donde las personas presentan síntomas similares a los de un ataque cardíaco debido al estrés físico o emocional intenso.

Se va el amado y nos queremos ir con él porque creemos que no podremos vivir sin esa persona a nuestro lado. La sensación literal es que seguimos como muertos en vida y que ya no habrá más vida después.

 

¿Cómo podemos salir victoriosos de este proceso? ¿Qué se hace con tanto dolor si pareciera que este no se fuera a ir nunca del alma, como si hubiera hecho nido en el corazón?.

El primer paso y el más importante es no dejar de vivir y soltar el miedo a sentir que el corazón se desgarra. Esto se vive un día a la vez y -si eres creyente- de la mano de Dios.

Es importante trabajar en aceptar nuestra realidad presente procurando no tomar el desamor de la otra persona como algo personal, es decir, pensar que esta relación no funcionó porque como personas no valemos nada y no merecemos ser amados. Evitar la flagelación de que todo fue nuestra culpa.

Es cierto, los problemas de pareja son de 2. Sin embargo, no podemos obligar al otro a que nos ame, mucho menos a que cambie lo que nos hace infelices.

Lo que sí podemos es ayudarnos de esta experiencia y que el dolor nos empuje a rescatarnos de una relación donde hubo más abusos que amor y donde lejos de que mi pareja fuera mi camino al cielo, fue todo lo contrario, me separaba de él.

Cuando un amor se ha perdido, lo que quedan son muchos recuerdos, tanto de amor como de desamor. También existe el apego y es muy fácil confundir a este con amor verdadero. Es decir, que muchas veces nuestro sufrimiento procede no del amor genuino, sino de aferrarse, de no aceptar los cambios que la misma vida trae consigo, del desprendernos de aquello que creíamos nos pertenecía.

Cuando creamos conciencia y nos damos cuenta de que nada es para siempre y que todos somos maestros y alumnos en algún momento de la vida y que una vez terminada (y aprendida) la lección es tiempo de partir y dejar partir; que no hay nada permanente e inamovible y que lo único que tenemos en realidad es el ahora, es entonces cuando empezamos a practicar el hábito de vivir el desprendimiento como un estilo de vida y aprendemos a dejarnos llevar con los acontecimientos, lo que nos conduce hacia la auténtica libertad y por ende a la verdadera realización y a la felicidad.

Esto de “soltar y partir” no aplica para los matrimonios bajo el vínculo sacramental donde hay un compromiso que va más allá de la razón humana. No podemos ni partir ni dejar partir cuando sacramentalmente somos “ministros y materia” de nuestra mutua santidad (aquí una experiencia personal sobre ello).

Lo que es un hecho es que la ruptura de la relación nos presenta un nuevo panorama y muchos interrogantes en la cabeza.

Lo que era nuestra vida hasta ese momento se colapsa y es el momento cuando tenemos que seguir caminando, pero ahora solos, con emociones negativas como el miedo y con sentimientos que van desde el dolor, la tristeza, desolación, rabia, enojo, resentimiento, vacío, culpa hasta sentir deseos de no vivir.

Es aquí donde es de suma importancia vivir el duelo lo más profundo y real que se pueda. Hay que entregarse al dolor, al llanto, a la tristeza, hacer acuerdos con uno mismo, para que una vez que hayamos concluido con nuestro duelo lo más sano posible podamos resurgir como el Ave Fénix y comencemos de nuevo.

Esto es de suma importancia, sobre todo cuando no se sabe estar solo, con uno mismo. El vacío que esa relación dejó no se llena con otra relación, sino con un trabajo personal donde -por un tiempo pertinente- el centro seas tú, te reconozcas tú y te rescates a ti mismo.

¿Por qué?

Porque necesitas redescubrir tu valor y dignidad como persona, estima que casi seguro tienes por el suelo después de haber vivido tanto desamor. No hay sensación más horrible que saberte no amado, valorado y aceptado en tu totalidad por la persona que amas y con la que compartías más que sueños, una vida.

El trabajo personal es importante porque nunca encontrarás el amor en nadie si no lo encuentras primero en ti mismo. Es un buen tiempo para que te preguntes por qué fue tantísima tu necesidad no sana de amor que fuiste capaz de todo, hasta de perder tu dignidad con tal de mendigar amor.

Generalmente, la persona que entregó todo y se quedó vacía, para superar el duelo necesita comenzar a pensar y cuestionarse: por qué di de más, por qué me anulé y lo dejé todo por estar con la otra persona. Qué vacíos y heridas emocionales estoy arrastrando para permitir pasar los límites del respeto sobre mí.

En qué momento dejé de ser yo, perdí mi personalidad y autonomía por convertirme en lo que la otra persona quería que fuera. Necesitas reconocer que el problema no era la otra persona, el problema fui yo que decidí entregarlo todo olvidándome de que ella también era persona. Viví algo parecido a la enajenación u obsesión.

Entregar nuestro amor no significa querer tomar el lugar de la otra persona, vivir y respirar a través de ella. Cuando nos enajenamos nos volvemos neuróticos y corremos el riesgo de pensar que lo que queremos es que nuestra pareja sea feliz y si no es feliz con nosotros, entonces no va a ser feliz con nadie.

La neurosis regularmente tiene que ver con meternos en cabezas ajenas. Entonces, en vez de preocuparnos en qué piensa o por qué se fue, mejor solucionemos el por qué soy adicto a que esté conmigo.

Cuando alguien de verdad nos ama lo que hace es ayudarnos a lograr nuestras metas, nos acompaña a andar nuestro camino y no nos saca de él. La persona que nos ama va a amar lo que hacemos, lo que nos gusta, nuestros intereses, toda nuestra vida.

El retener a alguien no es amor, es egoísmo. El amor implica libertad y tener plena conciencia de que si no es feliz con nosotros debo liberarla porque amor sin libertad no es amor.

Si estás viviendo el duelo de una ruptura amorosa, te propongo este pequeño ejercicio:

Cuando te vengan esos pensamientos de autocompasión o de odio y venganza en contra de la otra persona lo mejor que puedes hacer es cerrar tus ojos y con una respiración profunda piensa en ella, llámale por su nombre y dile que sinceramente le perdonas.

Usa las palabras que te salgan del corazón. Dile todo lo que sientas y poco a poco despídete con gratitud. “Gracias por todo lo que me diste, yo me lo quedo. Tú puedes quedarte con todo lo que yo te di. De lo que hubo mal entre tú y yo, tomo mi responsabilidad y tú puedes tomar la tuya. Y ahora con amor te dejo ir”.

 

Luz Ivonne Ream, coach ontológico/matrimonio/divorcio Certificado, especialista Certificado en Recuperación de Duelos, orientador matrimonial y familiar.

 

Fuente: Aleteia

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