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Una cristiana fugada de los gulag: “Sólo podíamos hablar de Dios en las letrinas”

Una cristiana fugada de los gulag coreanos: “Sólo podíamos hablar de Dios en las letrinas”

Por Tamara García Yuste

Hea Woo, 75 años, fue perseguida por el régimen comunista de Corea del Norte por ser cristiana, pasó varios años en 10 cárceles, pero logró huir. Ahora relata el infierno que vivió a causa de su fe.

Cristiana fugada de una cárcel de Corea del Norte cuenta su testimonio a Actuall
La cristiana fugada aparece de espaldas para salvaguardar su intimidad, por razones de seguridad / TGY

“Un hombre de cuarenta años intentó huir de la cárcel, pero los guardias lo descubrieron y le metieron una bala en cada rodilla. Luego hicieron que el resto de presos diéramos vueltas a su alrededor para ver cómo se desangraba. A los dos días murió.”

Cuando eres cristiano y estás en la cárcel por serlo y ves escenas como ésta, te deben dar ganas de morirte. Y hasta de renegar de tu fe. Pero Hea Woo (nombre ficticio), evangélica norcoreana, menudita y pausada, de 75 años, aguantó el tirón viviendo durante años en diez cárceles.

Y no sólo eso, sino que hizo proselitismo, hablando de Dios a otros presos en el único lugar donde los guardianes comunistas apenas se atrevían a entrar, por razones obvias: las letrinas.

La suya es una historia de sacrificio y supervivencia, de desolación pero también de fe. Ahora está al frente de la Lista Mundial de Persecución de la fundación Puertas Abiertas y recorre Occidente contando su odisea y pidiendo a los cristianos que recen y se acuerden de sus hermanos en la fe que sufren persecución en Corea del Norte.

Cuando Woo recuerda su infancia, no puede olvidarse del colgante con una cruz que siempre llevaba su madre, pero no supo que era cristiana hasta que murió.

Corea había sido a principios del siglo XX un país muy cristiano. Llamaban a Pyongyang, la capital, la Jerusalén de Extremo Oriente. Había misiones católicas y pastores evangélicos. Pero todo eso se terminó con la llegada del comunismo, después de la II Guerra Mundial, y la división del país en dos, que se enfrentaron en una guerra (1950-53) que oficialmente no ha terminado: se firmó el armisticio, pero no la paz.

“Por miedo, mi madre no nos pudo decir nada de Jesús.”

Corea del Norte -bajo influencia de la China de Mao- se convirtió en un feroz régimen marxista donde se persigue a los cristianos. Y también en una dictadura dinástica (primero Kim Il-sung, al que sucedió en 1994, Kim Jong-il, y cuando éste falleció, en 2011, ocupó el “trono” su hijo Kim Jong-Un).

Tan sanguinario es el régimen que los cristianos han ocultado la fe incluso a sus propios hijos. “Mi madre era cristiana, pero yo no lo sabía”, cuenta Woo. Y añade: “En Corea del Norte no solo mataban a las personas que creían en Dios, sino también a sus familiares. Nos enseñan que los misioneros y religiosos son lobos con piel de cordero. Por miedo, mi madre no nos pudo decir nada de Jesús”.
Así son las soldados norcorenas

Eso sí, su madre llevaba un colgante con una pequeña cruz. Woo lo recuerda vagamente -ella tendría 5 años- y también que le preguntó qué era aquello, pero la madre se asustó y lo escondió.

“Una noche me desperté -cuenta- y vi a mi madre cogiendo entre sus manos la cruz. Yo pensaba que era un poco rara, pero luego, pasados los años, até cabos y comprendí muchas cosas”.

Unos años después Woo se casó, pero su marido fue encarcelado al ser considerado un espía.

“Mi marido presenció cómo su abuelo moría por ser pastor evangélico a manos de unos soldados. Esta imagen le acompañó toda su vida. Por eso, él huyó a China y se convirtió en un líder en una iglesia de este país.” Y añade: “Pero le denunciaron, fue capturado y acusado de ser un espía. Le torturaban todos los días y, a pesar de que volvía a su celda destrozado, siempre andaba a gatas para hablarles al resto de los presos de Dios.”

Woo no puede ocultar la emoción al hablar de su marido. Por la gesta que realizó entre rejas: “levantó una iglesia en la cárcel”.

En una de las visitas que los guardianes le dejaron a hacer a dos de sus hijos, el marido de Woo “cogió la mano de mi hijo mayor y le escribió en la palma: <<Tenéis que creer en Jesús. Y añadió: es la única manera de sobrevivir. A Jesús no podrás verlo con tus ojos, pero te aseguro que existe. Cada vez que quieras llorar, orar a Dios y Jesús te responderá. Y si muero antes de salir de la cárcel, tenéis que huir a China.>> Eso fue lo que les dijo. Se les quedó grabado para siempre.”

Unos meses después su esposo falleció y Woo decidió seguir su estela proclamando su fe.

Pero le perseguía la adversidad. “El año en que perdí a mi marido, también murió mi hija de 20 años, por hambre. En esos momentos, yo no sabía bien qué hacer, pero tenía claro que debía luchar por lo que había hecho mi marido. Por eso, huí a un pequeño pueblo de China. Allí podía oír un programa de radio que hablaba sobre los cristianos, aunque no podía ir a la iglesia”.

Durante su estancia en China, Woo fue capturada dos veces y vivió en más de 10 cárceles.

Su voz entrecortada muestra el dolor vivido durante este tiempo. “Éramos más de 200 personas en la cárcel. Hacíamos trabajos forzados durante todo el día. Y no teníamos esperanza de escapar.”

Huir equivalía a la muerte. En una de las cárceles por las que pasó había un cartel con esta inscripción: “No escapes. Si escapas morirás”.

La vida en los penales comunistas era extremadamente dura. Trabajos forzados, malos tratos y horrible comida. “Nos daban de comer un puñado de maíz cocido. A pesar del hambre daba parte de mi comida a otros presos.”

De hecho, algunos reclusos perecían por la suma de agotamiento físico y desnutrición. En eso, los campos chinos o coreanos no diferían en nada de los gulags soviéticos, de los que eran copias.

A pesar del fantasma del hambre, tomó más de una vez decisiones heroicas. Como darle parte de su exigua comida a otros presos. “Yo decidí dárselo al resto de presos. No soportaba ver como se desnutrían”. La mejor recompensa para Woo era ver su cara: “Cuando les veía comer, mi corazón se alegraba.”

Fue entonces cuando comenzó a hablar de Dios a otros reclusos: “En las letrinas… porque era un lugar seguro donde los guardias no sospechaban por el mal olor”, detalla.

Pero no era sencillo burlar al desánimo cada vez que veía morir a un recluso. Y las muertes eran frecuentes. Por ejemplo: “Nos daban de beber agua sucia. De hecho, enfermé durante unas semanas y estuve a punto de morir.»

Ni hablar del hambre o del extenuamiento por los trabajos forzados, o de la falta de higiene, que era letal: “Nos obligaban a machacar los cadáveres de los presos antes de incinerarlos.”

Lo peor no era ver morir a compañeros, sino hacer desaparecer a los cadáveres, que se acumulaban diariamente. Porque el método era especialmente cruel. Woo se estremece al recordarlo: “Al haber tantas muertes, los guardias nos obligaban a los presos a cargar con los fallecidos en unas carretillas hasta un monte donde los quemaban. Pero para quemarlos era preciso machacar previamente sus cuerpos. Y éramos nosotros, los presos, los que teníamos que machacarlos. Después de incinerarlos, las cenizas servían de abono para el campo.”

¿No se enfadó con Dios?, le preguntamos. Woo asegura que no: “Sabía que podía morir en cualquier momento, pero Dios estaba conmigo pasara lo que pasara”.

Después de pasar por diez penales, Woo intentó la fuga. Sabía que le esperaban dos balazos en las rodillas, si la descubrían, pero se lo jugó el todo por el todo. Tuvo una suerte enorme: «Esperé a que la salida, que era una puerta eléctrica, estuviera completamente abierta. Ese día, corrí hacia la puerta y me metí por la estrecha abertura. Cuando llegué a la carretera, no pare de correr. Tampoco quise mirar atrás. Estaba feliz de abandonar ese lugar tan espantoso”, cuenta.

De ese día ya han pasado más de siete años. Ahora vive en Corea del Sur junto a otros 25.000 refugiados norcoreanos.

Después de todo lo que ha visto y vivido, sorprende la tranquilidad que irradia esta mujer menuda. Parece que nunca hubiera salido de su casa y de una existencia rutinaria y tranquila.

Pero no pierde ocasión de pedir a los cristianos occidentales que recen por quienes viven atormentados en el Gulag coreano, sin esperanza de recuperar la libertad: “Acordaros de aquella gente, perseguida por su fe”, nos dice. Y añade: El dinero que ahorréis hay que destinarlo a las personas que lo necesiten.” Y una cosa más: “No tiréis comida”.  

Tamara García Yuste: Abulense de nacimiento y residente en la ciudad que nunca duerme: Madrid. Periodista por vocación y de corazón. Contadora de historias. Se licenció en la Universidad Francisco de Vitoria. Se crió en el Gabinete de Prensa del Partido Popular de Madrid, Punto Radio, Cope y en HazteOír.org . Ahora crece en Actuall. Colabora para la Revista Mundo Cristiano.
Fuente: Actuall
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