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Las pataletas de los adultos

Las pataletas de los adultos

Por Edith Sánchez 

Imagen cortesía de rangizzz
Imagen cortesía de rangizzz

La pataleta puede ir desde una obstinación irracional, que no cede ante ningún argumento, hasta una franca auto agresión o conductas violentas hacia los demás. Es una forma precaria de chantaje emocional que en los niños corresponde a un egocentrismo para medir la autoridad de los padres. En los adultos, implica un déficit en la capacidad para comunicarse y un inadecuado manejo de la frustración.

La lógica de la pataleta

Aclaremos, primero que todo, que las pataletas son una conducta perfectamente normal en los niños. Más del 80% de los pequeños, entre 1 y 4 años, tienen pataletas. Después de esa edad, tampoco desaparecen. Se presentan de cuando en cuando, tanto en los niños como en los adultos.

La pataleta se define como una reacción desaforada de ira y descontrol, frente a una situación frustrante. Particularmente se produce cuando alguien no obtiene lo que quiere. En los niños suele incluir llanto, gritos, mordiscos y golpes a sí mismo o a los demás. Tiene diferentes intensidades y frecuencias: esa es la clave. El grado de descontrol y el número de veces en que se acude a este recurso determinan si estamos frente a una pataleta normal o a un problema más profundo.

El propósito de la pataleta es manipular. Se busca, en últimas, desesperar a quien puede otorgarnos una gratificación, hasta que por física fatiga o imposibilidad de tolerar la escena, ceda a nuestros propósitos. En otras palabras, es un descontrol que busca descontrolar a otros.

En los adultos la pataleta adquiere manifestaciones más sutiles. Generalmente persisten los gritos, pero el pataleo se convierte en manoteo, el llanto puede ser sustituido por peroratas de victimización; y los mordiscos y golpes también pueden presentarse, o transformarse en conductas menos evidentes: auto agredirse verbalmente, adoptar actitudes nocivas como dejar de comer, comer en demasía, beber licor o todo aquello que implique un daño como respuesta ante la negativa a darnos lo que queremos.

Confiar en la razón y en el afecto

Un niño o un adulto con pataleta, en realidad está sufriendo. Puede parecerte que sus motivos son ridículos, pero lo cierto es que esa persona está experimentando una gran frustración. Aunque haya elegido un camino inadecuado para obtener lo que desea, eso no anula el hecho de que siente su necesidad como apremiante y se ha quedado sin recursos para satisfacerla.

Si a una pataleta se responde con desesperación creciente, construimos un círculo vicioso altamente negativo, que no ayuda a nadie. El descontrol, de lado y lado, se apodera de la situación y los involucrados quedan atrapados en emociones que los dañan. Lo que sigue son distancias y nuevos rounds en los que no gana nadie.

Tampoco es adecuado ignorar lo que ocurre, como aconsejaban los psicólogos hace unas décadas. Dejar solos a los niños únicamente incrementa su frustración y no resuelve nada. Con los adultos, el retiro equivale a una evasión del conflicto.

Así que lo aconsejable es, en primera instancia, no reaccionar. Permanecer en la situación sin decir nada, esperando a que la otra persona recupere el control para poder hablar. El adulto en pataleta no sabe cómo expresar lo que siente, así que es importante ayudarle a decirlo. Indagar cuáles son las razones que lo llevan a pensar que debe obtener eso que tanto desea, sin la menor demora.

Lo siguiente es ponerse del lado de esa persona y evaluar con ella los posibles caminos para que obtenga lo que desea. O, si es del caso, exponer tranquilamente las razones por las que, a juicio nuestro, debe renunciar a conseguirlo.

En cualquier caso, el desafío que una pataleta nos propone es el de no perder el control. No caer en el juego de agresiones. Y probarle al otro que no es un ser necesitado, sino una persona capaz de reconocer lo que verdaderamente quiere y luchar para lograrlo.

 

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