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El amor de un padre

Querida mamá:

Finalmente lo entiendo. Mi hijo ni siquiera ha nacido y mi mente y corazón ya se están desgarrando el uno con el otro. ¿Cuántas veces no te quedaste despierta hasta tarde, preocupada por mí y mis hermanos, esperando nuestro regreso a la casa?, ¿cuántas veces no pusiste manzanas y sándwiches de más en nuestras mochilas y nos insististe en usar suéter? Por fin entiendo por qué no me dejaste salir hasta que era mayor y por qué insistían en que fuera a cada visita familiar, aunque prefiriera quedarme en casa y jugar.

Cuando lo siento patear en el vientre de mi esposa lo siento cada vez más cerca. Entonces, comienzo a preocuparme: ¿y si algo no está bien?, ¿y si necesita algo? Esas dudas me están matando y arrastrando a un profundo agujero de ansiedad que nunca antes había sentido. Ya no puedo pensar en mí, podría perder mi trabajo, todas mis comodidades (ropa, coche y casa); no me importa, perderé todo por este pequeño niño que todavía no conozco.

Mamá, ¿cómo lo hiciste?, ¿cómo demonios luchaste con el constante temor de que alguna noche podríamos no volver a casa, que despertarías para encontrar nuestras camas vacías o, peor aún, recibir esa terrible llamada telefónica que todos los padres temen? Cuando me detengo y reflexiono sobre mi pequeño cobran sentido todas las cosas que hiciste. Nos gritabas y pedías que nunca peleáramos, que nos cuidáramos y que estuviéramos allí el uno para el otro. Ahora lo entiendo. No nos regañabas para que llegáramos y pudieras dormir, si no para que durmieras tranquila al saber que estábamos bien.

Mamá, te pido una disculpa por haber sido un adolescente difícil. Siempre estaba enfermo y quejándome como un niño porque papá no nos sacaba mucho. Ustedes hicieron lo mejor, pero yo estoy petrificado por la idea de que algún día mi pequeño se sienta decepcionado de mí. Pienso en las cosas por las que me molestaba contigo y ahora toman sentido. Entiendo por qué me mantenías en casa todo el tiempo, por qué eran estrictos, por qué no podíamos tener todos los juguetes que queríamos y por qué tuvimos que comernos todo lo que cocinabas. Eres una mamá, tenías que hacer lo que los padres amorosos tienen que hacer. Un día voy a tener que ser el papá impopular y decirle a mi pequeño lo que debe de hacer. Voy a tener una conversación incómoda sobre el sexo, tendré que hablarle de respeto y arrastrarlo a la Iglesia, aunque prefiera quedarse a jugar.

Mamá, él todavía no nace. Estoy a penas en el primer capítulo, pero ya estoy pensando ti y en los días en que te la pasabas vigilando a aquellos tres pequeños latosos que éramos mis hermanos y yo. Nunca te había comprendido tanto como lo hago ahora. Nos amaste inmensamente y ni siquiera lo vi. Estaba atrapado en mi propio mundo; mis propios y pequeños problemas egoístas. Mientras me preocupaba por conseguir las 120 estrellas en Super Mario Bros., tú y papá lo hacían por poner comida en la mesa. Era demasiado ingenuo para darme cuenta de que se estaban rompiendo la espalda por nosotros. Lo siento madre, realmente lo siento. Aunque, supongo, por fin podré decirte con confianza, y a pesar de nuestras diferencias, que empezaremos a hablar el mismo idioma y a preocuparnos por mi pequeño.

No es fácil. Poco a poco descubro que siempre estaré preocupado por mi bebé.  Pero, hasta que lo oiga yo mismo, lo único que me da mayor consuelo es imaginarlo mirándome y diciendo: “Papá, no te preocupes”. Entonces yo me tragaré mi preocupación y tendré que decirle que viva su vida.


Fuente: The Humble Buffalo

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