Es muy conocida la evolución de un pequeño islote a la mitad de un lago a la capital de un imperio mesoamericano y, posteriormente, la residencia de los poderes de la corona española en América, para después transformarse en la capital de uno de los países más grandes del continente. No pretendo hacer una recopilación de su monstruoso crecimiento y sus causas; para lo que quiero ilustrar basta con saber que a principios del siglo XX la ciudad tenía aproximadamente 370,000 habitantes (470,000 contando su entonces pequeña área metropolitana) y en los inicios de este siglo cuenta con 8,900,000 habitantes tan sólo en la demarcación política del Distrito Federal y más de 20 millones en la zona metropolitana del valle de México[1].

La creación de nuevas colonias y barrios entre los años 20 y 30 (es decir, después de la etapa más intensa de lucha armada de la revolución) como la Colonia Del Valle y la Chapultepec Heights (el pocho y mamón nombre original de las Lomas de Chapultepec) propició el éxodo de gente con dinero desde el centro de la ciudad hacia estas zonas nuevas especialmente diseñadas para ellos. Sobrevino un abandono del centro histórico y una posterior degradación que ha sido muy difícil de revertir, en parte por el mismo descuido de las autoridades. Las propiedades se abarataron y albergaron a muchas familias de campesinos que migraban a la ciudad en busca de oportunidades de empleo, y eso fomentó el desarrollo de vecindades y “barrios bravos” como la Candelaria de los Patos o el mundialmente famoso Tepito.

Pero la historia de Tepito y su evolución como barrio bravo también es muy conocida. Es, por definición y casi desde sus orígenes, El Barrio Bravo de la ciudad. Basta introducir la palabra “Tepito” en google para que arroje miles de resultados con artículos y notas que hablan sobre sus altos índices de criminalidad y violencia. Pero ya no vivimos en la época de Los Olvidados de Buñuel, y aunque Tepito sigue siendo un punto peligroso, hace tiempo que no está solo.

En un día de trabajo normal puedo realizar un recorrido desde Coacalco hasta Ciudad Universitaria o de Cuautitlán Izcalli a Xochimilco. Kilómetros y kilómetros de avenidas polvorientas en esta ciudad infestada de automóviles; trayectos que pueden durar hasta tres horas entre puntos periféricos de la masa urbana, zonas con nula planeación o apenas una intentona de la misma. Es en estos trayectos que he tenido el raro privilegio de conocer –sin ser asaltado, tasajeado o cosas semejantes– algunos de los lugares más peligrosos de la zona metropolitana.

Confieso que me suele producir risa el listado de “las colonias más peligrosas del Distrito Federal” que publica la Secretaría de Seguridad Pública.[2] ¿Colonia del Valle, Centro, Doctores, Santa María La Ribera, Portales, Balbuena? Que sean las colonias con más denuncias no las transforma en las verdaderamente peligrosas. La colonia Guerrero, que a muchos les produce miedo porque está envuelta en un aura de misticismo y violencia, parece un paraíso junto al Barrio Norte, localizado al poniente de la ciudad (delegación Álvaro Obregón) o La Joya (conocida como “El Hoyo”) en Iztapalapa. Y eso que aún nos estamos moviendo dentro de la demarcación política del DF.

El Barrio Norte (“Barrio loco”, como dicen sus simpáticos moradores) es un laberinto de callejuelas, muchas de ellas sin salida o que conducen a estrechos corredores por los que solamente es posible avanzar a pie. Es una zona donde antes existían minas. Un lugar hacinado, pues. Los pobladores miran con desconfianza a cualquier extraño, mucho más si está tomando fotografías. La tensión se siente en el ambiente. Banditas semi-organizadas te vigilan constantemente desde que entras a su territorio. Entrar a “El Hoyo” de Iztapalapa es aún peor.

El Hoyo es un lugar de altísima marginación, y lo irregular de sus asentamientos propició que fueran invadidos por delincuentes que salieron de Tepito después del terremoto de 1985. Y tanto en el caso del “Barrio Loco” como de “El Hoyo”, existe un problema adicional: la topografía. El trazado de las calles es laberíntico y pone a prueba el sentido de orientación más avanzado. Salir de ahí sin ningún problema representa un alivio para el desafortunado visitante ocasional.

Hay que dejar en claro una cosa: los lugares con alta marginación no necesariamente conducen a la formación de “barrios bravos”. Y es que ¿cómo se pueden analizar uniformemente delegaciones como Iztapalapa, con 1,800,000 habitantes, o municipios Ciudad Nezahualcóyotl, con 1,100,000 habitantes? Son zonas con dinámicas urbanas propias y muy complejas. El crecimiento de Iztapalapa habla por sí mismo: hace unos 30 años, el 70% de sus asentamientos eran irregulares. Colonias como Miguel De La Madrid, Palmitas o Consejo Agrarista Mexicano no producen la tensión que se siente casi como un miasma cuando visitas Santa Martha Acatitla o La Joya. Son simplemente zonas muy pobres y con carencia de servicios, que no están libres del todo de situaciones de delincuencia –muchas de ellas sin resolver–, porque muchas veces la policía ni siquiera entra a estos lugares. Iztapalapa es una ciudad por sí misma, más grande que las capitales de muchos países.[3]

¿Cuál es el proceso por el que se forma entonces un “barrio bravo”? Quizá radica en la migración. Si una plaga de ratas (y creo que la analogía aplica muy bien en este caso) no es exterminada de raíz, éstas simplemente se mudan a otro lugar donde existan condiciones propicias para su desarrollo. En el caso de las ratas de dos patas, éstas irán a lugares donde los inmuebles sean baratos y exista poca o nula incursión de los servicios de vigilancia, ya que no van (o no solían entrar) en lugares considerados como asentamientos irregulares. Y, sobre todo, la fuerte presencia de una identidad, la identificación con “el barrio”, la pertenencia.

Y estos lugares existen normalmente en la periferia de la ciudad, o lo que se considera como tal.

La ciudad “deshecha, gris, monstruosa”, como en el poema de Pacheco, se tragó las poblaciones del Estado de México que existían alrededor de ella y las integró a su sistema, pero no de modo uniforme, porque las administraciones políticas son diferentes. Progresivamente, lugares como Naucalpan, Tlalnepantla, Ecatepec y Atizapán formaron parte del conglomerado uniforme de asfalto. Actualmente, lugares tan alejados como Tecámac, Coacalco, Tultitlán, Cuautitlán y Nicolás Romero  forman parte de la gigantesca megalópolis, y su crecimiento, siempre desordenado y descoordinado, fomenta el surgimiento de nuevos barrios bravos.

A mediados del siglo XX, mientras el junior Miguel Alemán, presidente del país entre 1946 y 1952, fraccionaba los terrenos de su padre al norte de la ciudad en ese gran negocio de bienes raíces conocido como Ciudad Satélite, la desecación de lago de Texcoco al oriente de la ciudad dio origen a los primeros asentamientos de esa gigantesca extensión de calles rectas conocida actualmente como Ciudad Nezahualcóyotl.

¿Se podría considerar a Neza como el barrio bravo más grande del área metropolitana? Quizá algún día lo fue. Al igual que Iztapalapa, su funcionamiento actual es demasiado complejo como para afirmar eso de manera categórica. Hay zonas que, si bien no son residenciales, tampoco pueden considerarse como de alta peligrosidad o marginación. No. Considero que, en la actualidad, el dudoso honor del ser el barrio bravo más grande de la zona metropolitana corresponde a Chimalhuacán.

Formado alrededor de un cerro, Chimalhuacán es un conjunto de colonias irregulares. Salvo muy pocas zonas, lo que se respira en el ambiente es una tensión generalizada. Justo como ocurre en cualquier barrio bravo. Una sensación intangible de que hay que estar alerta porque algo no está bien. Las miradas sospechosas y furtivas son comunes; los habitantes saben reconocer a los suyos y a los que son intrusos. Y estos últimos a veces son presa fácil en esas calles. En un detalle de humor negro involuntario (tan frecuente en este país) la traza urbana de Chimalhuacán parece formar un panóptico, ese prototipo de “cárcel perfecta” diseñado por Jeremy Bentham en 1791. Una combinación de favela brasileña dispuesta alrededor de un cerro y una cárcel.

Formo parte de ese afortunado sector conocido como “clase media” y tuve la oportunidad de crecer en un entorno amable y relativamente próspero. Pero a menudo me he preguntado cómo será crecer en un barrio bravo. A los medios les gusta vendernos la imagen de la persona triunfadora que salió adelante de un entorno difícil a pesar de todas las adversidades. De Tepito han salido boxeadores y deportistas. Pero lamentablemente son la excepción y no la regla.

¿Qué representan los barrios bravos en México? En EEUU, son un símbolo de la marginación de las minorías. Lugares como el Bronx en NY muestran claramente esto. ¿Cómo debemos interpretar su existencia aquí? Como mencioné anteriormente, no creo que la pobreza sea el único origen de estos lugares, sino sólo uno de tantos factores.

Quizá sea el momento de remontarnos justamente a esos “olvidados” de Buñuel. Aún vistos a través de una lente casi surreal, representan una realidad que nos gustaría olvidar, a pesar de que rodean nuestras casas tranquilas, nuestros entornos controlados y seguros. Los barrios bravos representan a ese antiguo “México bronco” que en realidad nunca se ha ido del todo, y que son portadores de esa violencia en el corazón de una ciudad enorme que se cree y siente ajena a los problemas del resto del país. Y de esos alrededores que no nos gusta mirar, esos cinturones de miseria que no logran desaparecer de los múltiples accesos a la megalópolis, ese contorno en constante crecimiento y que ya se tragó las casetas de las autopistas, que tradicionalmente representaban el punto más alejado del crecimiento de la ciudad.

La plancha de asfalto sigue avanzando, y los barrios bravos seguirán surgiendo, porque aún no existe un plan maestro de crecimiento y un desarrollo económico uniformizado que garantice lo contrario en la periferia. De Tepito, la Merced y la Candelaria de los Patos pasamos al Barrio Norte, La Joya, San Felipe de Jesús y Santa Martha Acatitla, para después conocer el Bordo de Xochiaca, la colonia de El Sol, La Blanca, Ciudad Cuauhtémoc y Chimalhuacán.

Si quieren observar el proceso de transformación de una colonia marginada en un barrio bravo, visiten Ciudad Cuatro Vientos, en Ixtapaluca. Alejada de todo y de todos, esta periferia es una advertencia de lo que puede suceder en muchos otros lugares de la ciudad y su caótico crecimiento.

Visitando estos lugares hay que procurar comportarse con la mayor naturalidad posible. Cualquier persona con dotes de observación, al cabo de poco tiempo, entenderá los ritos y los códigos de la gente que los habita… aunque siempre nos serán ajenos, y el cine solamente nos dará una aproximación de una realidad que es mucho más cruda que lo que pensamos. El barrio bravo que conozco mejor y al que he visitado en más ocasiones por cuestiones familiares es “La Blanca”, en Tlalnepantla. Resumir en palabras su dinámica urbana es un ejercicio inútil: las palabras no pueden expresar con claridad esa leve pero siempre presente tensión en sus calles.

Tal vez, después de leer esto, muchos habitantes de la Colonia Del Valle estarán agradecidos que viven en una de las colonias “más inseguras” del Distrito Federal. Y ojalá muchos capitalinos se den cuenta de su campechanismo provinciano y lo poco que conocen el lugar que habitan, por muy cosmopolitas que se sientan en muchas ocasiones.