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Con el tiempo he aprendido que la atención no se pide y que el amor no se mendiga

Cuando en una pareja notamos que la atención ya no es la misma, o si se produce una ruptura, debemos ser lo suficientemente fuertes como para saber poner distancia y centrarnos en nuestro bienestar

 

Con el tiempo aprendemos muchas cosas. Una de ellas es que la atención no se pide ni se ruega y que ningún amor sincero y auténtico se mendiga.

Una de nuestras necesidades más básicas como seres humanos es la de sentirnos amados y reconocidos. De eso no hay duda. Es de este modo como nos vinculamos a un grupo y crecemos como personas capaces de dar y ofrecer cariño.

Sin embargo, esa atención y ese cariño debe ser sincero.

Si alguien gira el rostro a nuestras demandas, si no nos tiene en cuenta y si en lugar de amor trae egoísmos y soledades, entonces, lo más adecuado es poner distancia. Asumir y aceptar la realidad.

Porque quien demanda obsesivamente una atención cuando ya no existe interés, lejos de conseguir algo, lo que obtendrá será intensificar aún más su sufrimiento.

Vivir en una partitura eterna donde se inscribe solo el desprecio y el vacío nos sume en una música demasiado triste que nadie merece.

Hay que actuar con dignidad. Con esa fuerza interior donde hay que dejar a un lado lo que uno siente para recordar lo que merecemos.

Te proponemos reflexionar sobre ello.

La atención que no se ruega, la atención que se ofrece con autenticidad

Lejos de ver la necesidad de atención como algo negativo y como reflejo de una personalidad inmadura, es necesario aclarar unos aspectos básicos.

Las personas necesitamos atención –y autoatención–. Todo tipo de vínculo, ya sea familiar o de pareja, se asienta sobre unas raíces elementales: la necesidad de sentirnos reconocidos, reafirmados y aceptados por lo que somos. En la infancia, una atención saludable, positiva y fuerte le sirve al niño para crecer sintiéndose seguro. Cuando establecemos una relación de pareja, el ofrecer y recibir atención es reflejo de la salud de ese vínculo.

Ofrecemos atención a alguien porque nos importa, porque deseamos cuidar, porque deseamos ofrecer lo mejor de nosotros mismos a alguien especial.

Deducimos entonces con ello que la atención es primordial en todo tipo de dinámica entre dos o más personas unidas por un vínculo significativo.

Ahora bien, el problema esencial llega cuando alguien que es importante para nosotros no nos ofrece esta dimensión emocional, psicológica y conductual tan básica.

El niño interior que clama atención debe madurar

Durante la infancia, los niños que no reciben el amor adecuado, el reconocimiento más desinteresado y ese cariño constante acompañado de la paciencia y la sabiduría, claman de forma constante atención.

Lo harán, además, de la forma más compleja: mediante conductas desadaptativas, a veces con ira, a veces con lloros, a veces hablando con sinceridad o con rabia. Muchas veces no recibir el afecto adecuado en la niñez provoca que sintamos un profundo vacío interior en la madurez.

Un pasado con grandes carencias emocionales desarrolla, a menudo, un presente caracterizado por un bajo autoconcepto y una baja autoestima.

Estas dos dimensiones provocan que necesitemos que sean los demás quienes llenen ese vacío cuando somos adultos.

Las personas que claman atención a sus parejas aún sabiendo que ya no son amadas, deben recuperar  su fuerza emocional. Nada es más destructivo que insistir en algo que ya no existe y que, además, es dañino, tóxico y capaz de afectar a nuestra salud física y mental.

Si no eres amado y no hay esperanzas de recuperar ese vínculo, la mejor respuesta es la distancia. Dar paso al adiós.

Cómo actuar cuando ya no somos amados

Sabemos que es muy fácil de decir: “si no te aman, vete”, “si no te quieren no mendigues amor, no ruegues atención”. Ahora bien, ¿cómo hacemos eso?

Nadie puede dejar de amar de un día para otro, ni eliminar los recuerdos y un pasado como quien envía a la papelera de reciclaje de su ordenador lo que ya no quiere, o lo que “ocupa un espacio innecesario”.Se sabe, por ejemplo, que una decepción emocional o una ruptura traumática de pareja impacta en nuestro cerebro del mismo modo que lo hace una quemadura.

Tanto la corteza somatosensorial secundaria como la ínsula (áreas del cerebro vinculadas al dolor) interpretan estas situaciones como algo traumático; de ahí la dificultad para cortar dichos vínculos.

Pasos para afrontar una ruptura

El primer paso es mantener una conversación madura y sincera con nuestra pareja.

Es necesario obtener una explicación de lo que ha ocurrido y saber que, si la relación se ha roto, que no hay posibilidad alguna de reiniciarla.

Una ruptura es un duelo. Por tanto, hay que tomar conciencia de que van a pasar al menos dos meses donde tendremos que favorecer el desahogo, reconstruirnos por dentro y asumir con entereza lo ocurrido.

Apóyate en la familia, en los amigos. No centres tus pensamientos en el ayer, construye nuevos planes y objetivos a corto y largo plazo.

Recuerda cada día lo que vales como persona. Para ello, nada mejor que centrarte en ti, en cuidarte, en practicar por ejemplo el mindfulness, y en hacer cosas que te relajen y te hagan sentir bien.

https://mejorconsalud.com/aprendido-atencion-no-se-pide/

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