InicioDesarrolloEducaciónGuía para padres: Dime cómo mandas y te diré como serán

Guía para padres: Dime cómo mandas y te diré como serán

Niños mandones, irritables, impacientes, acomplejados, tímidos… todos tienen algo en común: padres que no están ejerciendo correctamente su autoridad. Este artículo busca dar algunas luces de cómo construir una relación sana con ellos.

“Los niños de hoy no son como los de antes”, “La juventud no respeta nada ni a nadie”, “Los niños de hoy no hacen caso en nada”, “Los niños no cuidan las cosas, todo es desechable”, “Estos jóvenes no valoran lo que tienen”.  Frases como estas suelen provenir de la boca de los adultos quejándose respecto al comportamiento irreverente de la nueva generación de niños y jóvenes. Y más allá de que pueda haber algo cierto, hay que hacer un mea culpa respecto a qué responsabilidad tenemos nosotros sobre estas conductas y actitudes, cuál es el rol que cada uno juega, porque después de todo, nuestros niños no son más que el reflejo de lo que, como padres, les transmitimos. Y ese modelo de comportamiento al final se replica en nuestra sociedad. No podemos olvidar que el núcleo de la sociedad es la familia.
Pero, ¿qué nos ha llevado a esta situación? El hecho de que como padres y sociedad hemos perdido el correcto sentido de la autoridad. Nos pasamos de una relación completamente autoritaria a una relación horizontal, donde el niño ha perdido la imagen de una autoridad sana.
Durante la etapa de formación, el ser humano tiene la necesidad vital y psicológica de una figura que esté por sobre él, que lo guíe y lo proteja. La ausencia de ésta le hace quedar a la deriva sin un mundo que lo contenga.
Por lo tanto, es fundamental el tipo de autoridad que ejercemos respecto a nuestros hijos, porque eso les dará seguridad en sí mismos y les ayudará a internalizar las normas de convivencia social. Por eso es necesario preguntarse ¿qué tipo de autoridad estoy ejerciendo?

Tres estilos de autoridad

Sofía, Jorge y Ana tienen 10 años. Sus mamás trabajan por igual, pero al llegar a la casa después de un largo día de trabajo, cada una se relaciona con su hijo de manera distinta.
La mamá de Sofía se preocupa de que ella haya hecho las tareas, que coma, se bañe, se lave los dientes y se acueste. Si ella se pone a alegar o no quiere cumplir lo ordenado, la madre recurre inmediatamente al castigo, dejándola sin televisión o sin convidar amigos por el resto de la semana.
La mamá de Jorge se preocupa de que coma, se bañe, etcétera, y cuando lo manda a acostar, éste le dice que no tiene ganas y que quiere jugar un rato más. Ella, antes de que venga la pataleta y para no dar una batalla, lo deja seguir viendo TV hasta que ésta lo hace dormir.
La mamá de Ana, la abraza y le pregunta cómo estuvo su día. Pasan un rato juntas, se ríen y cuando se acerca la hora de dormir, le advierte que en pocos minutos deberá ir a acostarse.Cuando llega la hora de dormir, ella no quiere, pero su mamá se mantiene firme, la acompaña a la cama, leen un cuento y le apaga la luz.
En el primer caso el modelo de autoridad se basa en el autoritarismo, donde la relación gira en torno al cumplimiento de las normas, donde los padres imponen todo lo que se debe hacer y no se dan instancias para disfrutar junto al niño. Esto produce un distanciamiento afectivo entre padre e hijo, lo que genera rabia en el menor y, en el largo plazo, puede llevar a que él se revele ante todo lo impuesto o viva reprimido, incapaz de decidir por sí mismo.
En el segundo caso, el modelo de autoridad se basa en el permisivismo, donde no hay límites sino que las ganas del niño son el parámetro de las decisiones. El menor queda vulnerable ante la falta de protección, lo que le genera ansiedad y le impide aprender a postergar sus deseos. A la larga se convierte en una persona que se guía por las ganas, que le cuestan las estructuras, la rutina, el sacrificio, sin tolerancia a la frustración y pierde la capacidad de ser dueño de sí mismo y decidir lo que es mejor pensando en un bien mayor y no en el momento.
En el tercer caso, vemos un modelo de sana autoridad, donde por una parte el niño reconoce una figura que está por sobre él, que sabe más, por lo que lo puede proteger y le muestra lo que es mejor para tomar buenas decisiones, y por otra parte, esta figura es cariñosa, afectiva, con quien puede disfrutar y por eso valida su autoridad. A la larga la persona se siente segura de sí misma, es libre en sus elecciones, capaz de guiarse por normas de convivencia y de postergarse a sí mismo en función de otros.

Cómo enmendar el rumbo

A pesar de que en general los modelos no se presentan puros, cada padre tiene una tendencia y es fundamental revisar qué modelo de autoridad estamos ejerciendo sobre nuestros hijos para saber hacia dónde los estamos llevando.
Si la tendencia es más bien al autoritarismo, se sugiere:
  • Crear instancias de interacción positiva, disfrutar con el niño y hacerlo sentir querido por quien es y no por el cumplimiento de las expectativas.
  • Disminuir las normas pero manteniéndose firmes en las que se decidan.
  • Poco a poco, según la edad, ir explicándoles el motivo de las reglas para que no sean «porque sí».
Si la tendencia es al permisivismo, se sugiere:
  • Definir áreas claves en las que es necesario tener orden; crear normas en ellas y mantenerse firmes.
  • Tener claro que será necesario frustrar, en forma medida, a nuestros hijos y eso no les hará daño, sino que será un aprendizaje para la vida. Esto implica tiempo y energía invertidos por un fin mayor.
Si la tendencia es a la sana autoridad, usted va por muy bien camino y debe procurar seguir con mucha firmeza y calidez a lo largo del tiempo, perseverando, sin perder la energía.
En conclusión, si nos hacemos conscientes de cómo ejercer la autoridad ante nuestros hijos, sentaremos las bases para construir un sano modelo pedagógico y las acciones concretas para enfrentar las distintas situaciones y etapas, lo que les entregará las herramientas que necesitan para desenvolverse en el mundo de hoy y que de esa manera sean verdaderos aportes para nuestra sociedad.

Como padres, la educación de nuestros hijos es la mejor manera de contribuir positivamente a nuestro entorno. Más que nuestro desarrollo profesional, es el formar hijos sanos para que junto con ellos construyamos un mundo mejor.


Fuente: eldefinido

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