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La participación de los adultos en alcoholización de nuestra juventud

He escuchado, y sigo escuchando de boca de adultos supuestamente responsables — ciudadanos honrados con cuentas bancarias, responsabilidades financieras y familiares,  títulos universitarios y buenos empleos, personas que rezan antes de irse a dormir y van a la iglesia los domingos — el siguiente estribillo: “Yo a mis hijos les enseño a beber.” Y siempre me he preguntado en qué consiste ese pensum. ¿Cubren todo tipo de bebidas alcohólicas? ¿Hay exámenes? ¿Pruebines? ¿Con qué notas se pasa? ¿Con qué notas se queman? ¿Cómo es la clase? ¿Tipo conferencia, taller, laboratorio, o una combinación de las tres?

De una cosa estoy segura: las clases no están surtiendo efecto. O bien estas madres y padres maestros necesitan revisar sus técnicas, o la clase per se es una mala idea. La evidencia está a la vista de todos: pre adolescentes y adolescentes que deben ser hospitalizados por intoxicación; quinceañeros borrachos alardeando de su borrachera; fiestas escolares en casas de familia en donde los padres anfitriones ponen a disposición de sus invitados gran variedad de bebidas alcohólicas; fiestas de promoción de reconocidos colegios donde las mismas madres delegadas se ocupan de conseguir el alcohol que consumirán sus hijos; las fatalidades de tránsito, las adicciones, las promesas truncadas.

La razón que esgrimen estos pedagógicos adultos para suministrar alcohol a sus hijos e hijas menores de edad es un absurdo capital: “No se lo podemos prohibir, porque lo harán como quiera. Para que lo hagan en la calle, mejor que lo hagan en la casa”. Se me ocurren otras muchísimas cosas que no le podríamos prohibir a nuestros hijos e hijas bajo el pretexto de que lo harán como quiera una vez estén en la calle: pasarse los semáforos en rojo, copiarse en un examen, vandalizar la propiedad pública, irrespetar la propiedad privada, contratar los servicios de prostitutas, resolver las diferencias recurriendo a la violencia verbal o física, ignorar los deseos de una chica que repetidamente te ha dicho que no… ¿Les enseñamos en casa cómo hacer todas estas cosas ya que, potencialmente, igual las harán en la calle?

Por supuesto, están los padres que rehúsan meterse en tantos jardines y se justifican más simplemente: “Siempre ha sido así, es lo normal aquí”. Tristemente, lo normal también es tirar basura en la calle, golpear a tu pareja sentimental, y acosar a las mujeres que caminan solas por la vía pública.

Nuestro país está alcoholizado y los mayores responsables son los padres y guardianes que han contribuido a normalizar el consumo de bebidas alcohólicas entre menores de edad. No existe fiesta de 15 años, reunión juvenil, juntadera, ágape, y kermés que pueda siquiera ser concebida sin la presencia de por lo menos cerveza. Comercios y expendios de todo tipo venden bebidas alcohólicas a menores de edad sin el menor reparo, un crimen por el que nadie vela y que no se castiga. Los medios, las familias, los padres, muchos centros educativos, la sociedad, en suma, se ha rendido ante la idea de que divertirse, de que pasarla bien, son equivalentes a beber alcohol.

Quizá lo que no entienden los padres y madres que les “enseñan a beber” a sus hijos es que no sólo los inician en el consumo de una sustancia que ocupa el puesto número siete entre las drogas más adictivas que existen — más adictiva que las benzodiazepinas y las anfetaminas normales, y un poco menos adictivo que los barbitúricos y el crystal meth — sino que contribuyen de manera importante a perturbar el desarrollo del cerebro de sus hijos, lo cual no termina en la adolescencia, sino que continúa bien entrada la joven adultez.

De acuerdo con la Academia Americana de Pediatría, el consumo de alcohol por jóvenes es una preocupación de salud pediátrica. Ha sido científicamente comprobado que el consumo de alcohol a temprana edad está asociado a futuros problemas relacionados con el alcohol. Datos recabados por el National Longitudinal Alcohol Epidemiologic Study demuestran que el predominio de la dependencia alcohólica y el abuso del alcohol exhibe una disminución a medida que aumenta la edad del primer consumo. Jóvenes que empiezan a consumir alcohol a los 12 años y antes, muestran un 40.6 por ciento de predominio de dependencia alcohólica de por vida, mientras que para los que consumen alcohol a partir de los 18 años el predominio será de 16.6 por ciento. A partir de los 21 años el predominio disminuye a 10.6 por ciento.

Igualmente, el predominio de abuso del alcohol de por vida es de 8.3 por ciento para aquellos que comenzaron a consumirlo a los 12 años y antes, 7.8 por ciento para los que empezaron a consumirlo a los 18 años, y 4.8 por ciento para aquellos que empezaron a consumirlo a los 21 años.

A la vista de estos números, la actitud de muchos adultos frente al consumo de alcohol de sus hijos pasa de ser irresponsable e ignorante, a letal y delictiva. Que el alcohol se haya enquistado en muchas de nuestras prácticas culturales no lo hace menos dañino, y ciertamente no lo transforma por arte de magia en un agente inocuo e inofensivo. Al contrario: mientras más “normal”, “cultural”, e “idiosincrático” se le considere, más fácilmente podrá entrar en las vidas de nuestros hijos e interrumpir su buen desarrollo y su crecimiento.

Como sociedad siempre estamos prestos a corregir aquellos elementos de nuestro entorno que van en detrimento del buen orden de las cosas y de nuestra felicidad. El abuso del alcohol, sembrado en nuestros ciudadanos desde temprana edad precisamente por aquellos que están llamados a velar por su salud, es uno de estos elementos que ameritan revisión y corrección.

Nuestros hijos e hijas no necesitan “aprender a beber”; lo que necesitan es información confiable sobre los efectos del alcohol en sus cuerpos, articulada en el lenguaje de la prevención. Mucho cuidado la próxima vez que sientas la tentación de “enseñar a beber” a tu hijo o hija, porque lo más probable lo único que logres es condenarlos a los problemas que pretendías evitar.


Fuente: dejamecrecerblog

Wara Gonzalez  M. Ed.
Educadora, Directora General del colegio Kids Create y American School of Santo Domingo

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