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La vocación amputada

¿Qué es la vocación? de manera simple: es una inclinación, un llamado.

Marie Langer, psiquiatra vienesa, concluye que la vocación es un llamado que hace el niño que hemos sido, al niño que hubiésemos querido ser.

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Tradicionalmente, la «vocación» fue un término reservado para referirse exclusivamente a dos tipos de inclinación: la religiosa y la médica, fenómeno que en las tribus y pueblos primitivos se conjugaba en la figura del chamán.

Ha habido siempre un evidente peso de carácter social en el reconocimiento de la vocación de un individuo, pues incluso entonces no bastaba con sentir un ímpetu o una pasión, ni siquiera poseer cualidades innatas, sino que era necesaria la aceptación social, que al individuo le fuese permitido atender a su llamado. En ese aspecto, poco o nada es distinto hoy, afirma Rita Arosemena en su artículo La vocación amputada, publicado por Psyciencia del que hemos extraído algunos puntos interesantes:

En el siglo IV a.C., Aristóteles, en su obra Política, aseguró que el hombre es por naturaleza un animal social, de modo que el individuo que por causas naturales se comportaba de manera asocial no podía ser sino una bestia, o un Dios.

El psiquiatra Pichón-Rivière se refirió en su teoría social a la imposibilidad del sujeto para separarse de su entorno, incluso refugiándose en el vago concepto de la subjetividad, puesto que el individuo y su aparato psíquico (que llamó ECRO) estaban, según él, conformados a partir de una multiplicidad de voces. El sujeto nunca estaba solo, nunca era sólo él, sino que era un compendio de las voces de todos.

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A su vez, el psiquiatra escocés Ronald Laing habla en Yo y los otros, publicado en 1971, de la identidad que la sociedad impone al individuo desde la infancia y de la posibilidad, siempre dificultosa, de conformarse una nueva:: “Son los otros quienes te dicen quién eres. Más tarde, asumimos su definición o tratamos de deshacernos de ella. Puede suceder que nos esforcemos por no ser lo que muy en el fondo ‘sabemos’ que somos. Puede suceder que nos esforcemos por extirpar esa identidad ‘extraña’ de la que hemos sido dotados o a la que hemos sido condenados, e intentamos crear con nuestros actos una nueva identidad que nos empecinamos en hacer reconocer ante los demás. En todo caso, nuestra primera identidad social nos es conferida. Aprendemos a ser lo que nos dicen que somos.”

Entonces, ¿cómo ocurre la amputación de la vocación?, cuestiona Rita Arosemena. En definitiva, se trata de un proceso de índole social, pero ¿qué motivos lo impulsan?

“Desde el nacimiento hasta la muerte, de lunes a lunes, de la mañana a la noche: todas las actividades están rutinizadas y prefabricadas. ¿Cómo puede un hombre preso en esa red de actividades rutinarias recordar que es un hombre, un individuo único al que sólo le ha sido otorgada una única oportunidad de vivir, con esperanzas y desilusiones, con dolor y temor, con el anhelo de amar y el miedo a la nada?”, afirma Erich Fromm, reconocido psicólogo alemán.

Para Erich Fromm, el proceso social requiere la estandarización del sujeto de la misma forma en que la producción en masa requiere la estandarización de los productos”, resume Arosemena, “así que, a los 3 o 4 años, el sujeto es sumergido en un patrón de conformismo tras el cual pasa a ser un miembro más del rebaño; incluso el día de su muerte (esa posibilidad que, citando a Heidegger, es la única que habita todas las posibilidades) el sujeto amaestrado está completamente de acuerdo con su patrón. Este es el componente que Fromm describe como un factor de la vida contemporánea, aquel que convierte al individuo en un ‘ocho horas’ concebido para producir (porque todos producen) y para consumir (porque todos consumen). Cualquier atisbo de un presunto llamado a dedicar toda una vida a una práctica considerada inútil por su núcleo social, es juzgado, denigrado y, en ausencia de un YO fortalecido, aniquilado.

Cuando a la psiquiatra Marie Langer le preguntaron por el fracaso vocacional y su relación con cualidades como la tenacidad y la perseverancia, hizo referencia a lo que Erik Erikson llamase Fuerza del Yo, un concepto que implica la capacidad de autoreconocerse y reafirmarse, de saber que uno es, que uno vale, que uno puede. Un Yo fuerte prevalece porque se protege a sí mismo y es capaz de validarse ante la ausencia de validación; el descreimiento del mundo no hace tambalear los cimientos de su identidad, los obstáculos son trampolines y los tropiezos son sinónimo de valentía.

La sociedad no es la única responsable de la vocación amputada. El proceso social guía al individuo a la renuncia, a la amputación, pero es finalmente el individuo quien decide o no renunciar.


Fuente: Psyciencia

 

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