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Por qué un entrenador no debería gritar jamás a los chavales

¿Aprende algo un niño o una niña cuando su equipo machaca al rival por 10-0? ¿Sirve para su educación que cada fin de semana le rodeen los chillidos, insultos y pitidos que a veces acompañan a los partidos de fútbol? ¿Qué puede aportarle el deporte a un chaval que luego le sirva para el resto de su vida?

Vicente del Bosque, Toni Nadal, Edurne Pasaban, Theresa Zabell, Carlos Sainz, Enhamed Enhamed, Almudena Cid, Pepu Hernández, Nina Zhivanevskaya y Joan Lino Martínez contestan a esas preguntas en Prohibido Gritar (Turpial), un libro escrito junto a Juan José Mateo en el que también recuerdan sus triunfos y derrotas, además de las anécdotas que les hicieron reír y llorar mientras competían. A partir de sus testimonios, recopilamos estas cinco razones por las que un entrenador haría mejor en no gritar durante los entrenamientos y los partidos:

1. Porque todo se pega. Los niños aprenden muchas cosas por imitación. Eso se aplica a los buenos ejemplos, pero también a los malos. “A mí me preocupa que mis hijas cojan lo que más puedan de todo el baloncesto, de todo el deporte, y que no se les pegue nada malo”, asegura José Vicente Pepu Hernández, el seleccionador que llevó a España a ser campeona del mundo. “Que no se les pegue un exceso de egoísmo, que no se les peguen malos gestos, tanto técnicos como de mala educación”, enumera.

El técnico extiende su advertencia a los padres. Corren el peligro de ser “tóxicos” para sus propios hijos si les presionan en exceso. Y recita: “Están los padres que gritan mucho, los que expresan su frustración de no haberlo conseguido [jugar al baloncesto] y los que no ven que su hijo no tiene por qué ser como su hijo mayor. Eso no lleva más que a muchísimos fracasos. Eso es insoportable”. “No hay nada peor para eliminar a un deportista que tenerlo malcriado o maltratado”, asegura Joan Lino Martínez, bronce olímpico en Atenas 2004. “Malcriado no, porque al final el deportista se crece, se aploma y se queda en el mismo sitio. Y maltratado tampoco, porque no está a gusto”.

2. Porque Vicente Del Bosque no lo haría. “Ya no hay el tío que sube a la tarima y desde ahí parece que es superior a los demás. No es así. El liderazgo compartido debe existir en todos lados”, cuenta en el libro Vicente Del Bosque.

“Un entrenador necesita de la inspiración de los que están con él. Las relaciones son una cosa vital para obtener el éxito. Es muy difícil que un equipo funcione sin que haya unas relaciones cordiales”, asegura. Y enseguida, con una sonrisa de medio lado, sentencia: “Soy refractario a todo tipo de manifestaciones exageradas. Yo no soy quién para decirle a un entrenador lo que tiene que hacer, pero ese entrenador que está en el área técnica todo el rato corriendo parriba y pabajo, pues tío, no me gusta”.

El consejo no lo da cualquiera. De las 10 personas más valoradas de España, cinco son deportistas. De estas cinco, una es Del Bosque. Este es parte de su amplio palmarés como entrenador: una Eurocopa y un Mundial con España; dos Copas de Europa y dos Ligas con el Real Madrid…

3. Porque impide que el niño se exprese tal y como es. ¿Serías capaz de dar lo mejor de ti mismo si te están gritando todo el rato? ¿Te mostrarías como realmente eres, o te protegerías? Pues eso: los chillidos a veces silencian a quien los recibe.

“Creo que el error está en decirle a un hijo que tenga que ser como otro”, cuenta Almudena Cid, la mejor gimnasta de la historia de España. “No, sé tú mismo”, receta. “¿Qué tienes tú que no tienen los demás? Seguramente ese niño sea muy tímido en su vida privada. Y luego sale ahí y se transforma, como los artistas, como la gente del teatro. Hay muchos casos en los que dices ‘ostras, le veo tímido y luego [compitiendo o entrenando] es otra persona’. Pues déjale. Es su vía de escape, es su manera de sacar lo que tiene”.

Hernández, exseleccionador de baloncesto, está de acuerdo: “He visto muchos chavales que son tímidos, que son gorditos, que no están acostumbrados a relacionarse en un grupo, y que cuando entran en un deporte de equipo tienen una evolución asombrosa, en lo físico y en lo emocional”.

4. Porque para ganar primero hay que saber perder. Esto dice Theresa Zabell, doble campeona olímpica en vela. “Todos aprendemos a perder, porque para llegar a ganar hemos perdido muchas veces. El camino hacia la victoria está plagado de derrotas”, razona.

Gritar a alguien por una derrota pone el acento en el lugar equivocado: solo resalta el resultado negativo. Tanto grito impide aprovechar el marcador para identificar los fallos a corregir para conseguir más adelante una victoria. Esas derrotas, además, ayudan también en otros ámbitos de la vida, como los estudios: “Te ayuda para los exámenes en el colegio, porque aprendes a controlar los nervios y aprendes a centrarte más”, comenta Nina Zhivanevskaya, campeona mundial y medallista olímpica en natación. “Los niños se concentran más en los exámenes y son más fuertes a la hora de fracasos. Saben aguantar mejor un fracaso”.

Edurne Pasaban, la primera mujer en escalar las 14 montañas de más de 8.000 metros que hay en el mundo, coincide: “Para mí la gran equivocación es que nos inculcan que el objetivo es tener éxito en una cosa… Y el objetivo es ser feliz en el camino que tú vas a recorrer”. Y remata Enhamed Enhamed, campeón paralímpico en natación: “Las medallas son la excusa para llegar a un punto. Lo importante siempre es la persona en la que te conviertes”.

5. Porque hay que aprender a ponerse en el lugar del otro. “Cuando metes un gol es porque alguien está sufriéndolo, y creo que se debe ser considerado”, dice Vicente Del Bosque sobre las celebraciones excesivas que se ven en los campos de fútbol.

¿Qué mejor manera de practicar la empatía que compitiendo contra un rival? ¿O con tus compañeros de equipo? La empatía es clave para entender las necesidades de los que tienes a tu alrededor y ser mejor líder, mejor jefe, mejor pareja. Para saber lo que buscan tus clientes, y saber proporcionárselo. Y el deporte permite ejercitar la empatía como cualquier otro músculo del cuerpo. Sin embargo, los gritos del entrenador, de los padres, o del público rival, son lo contrario. En lugar de ponerse en el lugar del otro, se centran en sus necesidades.

“Yo tengo dos hijos que juegan al fútbol, y les tengo prohibido las celebraciones en los goles”, resume Toni Nadal, que ha visto desde el banquillo cómo su pupilo y sobrino Rafa ganaba 14 títulos del Grand Slam. “No me gusta que se crean ya profesionales con 10 años. Curiosamente ellos lo entienden mal y lo que hacen es no marcar goles”, bromea.

Maira Cabrini acaba de publicar, con Juan José Mateo, ‘Prohibido Gritar. El valor del deporte en la educación’ (Turpial), en el que repasa sobre los valores que aporta el deporte a la educación a través de diez entrevistas con deportistas de elite. Aquí puedes ver el vídeo sobre cómo eran de niños los protagonistas del libro.

FUENTE: http://verne.elpais.com/verne/2016/02/25/articulo/1456403662_425500.html

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