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Kesha y Amber Coffman

Levantar la voz vs el abuso tiene un beneficio social indirecto

El pasado 18 de enero, Amber Coffman, a través de una serie de tweets, acusó de asalto sexual al prominente publicista de música Heathcliff Berru. Casi de inmediato, varias mujeres de la industria musical siguieron el ejemplo de Coffman, haciendo acusaciones similares en contra de ese individuo.

Berru, fundador de Life Or Death PR & Management, fue despedido de la compañía, y muchos artistas y bandas que él promovía cancelaron sus contratos.

Posiblemente motivado por las acciones de Amber, durante las últimas semanas hemos atestiguado que el hecho de alzar la voz se está convirtiendo en un fenómeno en las redes, al menos en el ámbito musical. No es que las mujeres no hubiesen denunciado anteriormente el abuso sexual, es sólo que la frecuencia de las denuncias, así como la atención de los medios de comunicación y la discusión pública que han generado, son notablemente mayores ahora. Más importante aún, se ha puesto en evidencia el potencial sin precedente de las plataformas sociales.

Desde luego, el caso de Kesha Rose Sebert (conocida simplemente como ‘Kesha’, anteriormente estilizado como Ke$ha) destaca en estos momentos. El enorme nivel de exposición que ha ganado luego de que recientemente se hicieran públicas sus acusaciones contra Dr. Luke, pone sobre la mesa temas de gran relevancia que habían esperado largo tiempo para ser reconocidos y discutidos. Por ejemplo, el inaceptable sexismo que prevalece en la industria de la música; o la tácita prioridad     rácter humano dentro de la configuración actual del sistema judicial; o la corrosiva persistencia de la creencia de que “la víctima es la que miente”, presente en casi toda acusación de abuso sexual.

No obstante, este tema puede analizarse desde muchos niveles. Por ejemplo, no es inusual que los periodistas aflojen sus estándares profesionales con el propósito de preparar una nota tan pronto como les sea posible, en vías de atrapar un pedazo de la historia (y de la audiencia). O, como sabiamente argumenta Jes Skolnik (columnista de Pitchfork), la forma de redactar y los prejuicios de los periodistas suelen degradar de manera tácita las declaraciones de las propias víctimas. ¿Y qué hay de la presunción de inocencia, fundamento de la aplicación de la ley en cualquier sociedad civilizada? Porque, apelando a la lógica, no se supone que uno deba probar su inocencia en aras de ser declarado inocente.  De hecho, es al revés: eres inocente (y debes ser considerado como tal) en tanto no se compruebe formalmente que eres culpable. Ése no es un principio que la velocidad de propagación de la información en las redes sociales ayude a mantener, tal vez. En menos de diez minutos, miles (o millones) de personas han leído determinada acusación, y en cuestión de segundos, la mayoría se ha formado una opinión al respecto, sin corroborar los hechos ni investigar las fuentes.  La redacción y el ángulo de la nota periodística es algo crucial, pero Internet no es un lugar en donde se revise con anticipación la información publicada.  El acusado podrá ser culpable, el acusado podrá ser inocente. El asunto aquí es: no lo sabemos, y no podemos presumir que lo sabemos antes de que concluya el proceso legal o, al menos, hasta que se haya realizado una investigación exhaustiva o realizado el proceso de corroboración de la información.

Ahora bien, hacer un balance entre los aciertos y los errores en este tipo de casos es un tema complejo  que requiere un análisis especializado extremadamente cuidadoso. Este artículo no pretende hacerlo.  Lo que se intenta es señalar un beneficio indiscutible, naturalmente asociado al mencionado fenómeno: para los abusadores potenciales en la industria del entretenimiento, tanto los costos como la probabilidad de ser atrapado y expuesto, son extremadamente altos gracias al alcance de las redes sociales.

Es verdad que en muchos casos las mujeres no están emocionalmente preparadas para denunciar de inmediato. Ese es un tema mucho más profundo que los anteriores. Pero lo que puede esperarse es que en el futuro no lleguen a materializarse un número indefinido de casos de abuso en esta industria, dada la reducción de incentivos que tendrán los potenciales abusadores.

Sobre esa base, debemos celebrar nuestro tiempo.

kesha

 

 

 

 

 

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