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Albert Camus

“Los pobres no tienen historia o tan solo aquellas que les otorgan las guerras y las revoluciones”. – Albert Camus

 

Albert Camus, novelista y genio francés, nació en Mondovi, Argelia en 1913, dentro de una paupérrima familia de emigrantes. Su padre pied-noir (colono francés), había muerto luchando en la Primera Guerra Mundial cuando el pequeño Albert aún no cumplía los dos años y su madre, Catalina Sintes, nacida en Mahón (Menorca), semianalfabeta, y con fama de ser casi completamente sorda, se encargó junto con la abuela del niño de su educación.

El impacto real de la muerte de su padre ocurrió cuando, ya de adulto, fue a visitar por primera vez a ese muerto, para él desconocido, al cementerio. Al observar la lápida calculó que el hombre enterrado había muerto a los 29 años, era más joven que él. Escribe en su libro El primer hombre: “La ola de ternura y compasión que de golpe le colmó el corazón no era el movimiento del ánimo que lleva al hijo a recordar al padre desaparecido sino la piedad conmovida que un hombre formado siente ante el niño injustamente asesinado.”

“Ante mi madre siento que pertenezco a un noble linaje: el que no envidia nada”, diría Camus. En su juventud enfrentaría un dilema al entrar a sus estudios superiores, en la hoja de inscripción se pregunta sobre la ocupación de la madre; no sabe si debe escribir una verdad que lo lastima: criada; no quiere mentir y menos aún está avergonzado de ella, es un asunto netamente social, ¿le tratarán diferente sus compañeros y maestros si confirma lo humilde de su cuna? Contesta la pregunta y a nadie le importa la respuesta, pero al aceptar su origen abre las alas e inicia el vuelo, emprende su rumbo sin cargas a cuestas hacia su destino.

Su infancia y adolescencia en Argel, la figura de su brava madre española y su profesor de secundaria, Jean Grenier, de quien tomaría la figura paterna tan necesaria para los adolescentes, marcaron profundamente la sensibilidad literaria y humanista de Camus. Estudió filosofía y letras y fue rechazado como profesor a causa de su avanzada tuberculosis, por lo que se dedicó al periodismo como corresponsal del Alter Republicain. Al estallar la II Guerra Mundial se presentó al ejército como voluntario, pero no le aceptaron por su delicada salud, lo que no evitó se uniera a la resistencia tras la ocupación Nazi, siendo por un breve periodo miembro del Partido Comunista.

Un referente moral, un enseñante de la dignidad humana o una especie de conciencia del mundo contemporáneo son algunas de las palabras e ideas que suelen acompañar el nombre de Albert Camus. Él es uno de esos creadores que saben mezclar perfectamente lo que es la vida: ética, estética, filosofía, lucha, indiferencia, sentimientos encontrados, maldad, verdad, injusticia. Dibuja al mundo tal como es. Todo eso que puede sonar a algo abstracto, está hecho de partículas emocionales y sentimentales. Camus buscó lo que todo individuo anhela, la felicidad, y lo expresó sin tapujos en sus libros y diarios. En ellos deja claro, recuerda, que no hay bien colectivo, que no hay felicidad en grupo si antes no se ha encontrado y disfrutado de la felicidad individual. Es la búsqueda primera y última. Esa sinceridad es la que hace, en parte, que conecte con los lectores.

Amor, ternura o deseo, entre ellos se desliza la Melancolía: “No es la melancolía de las cosas en ruinas lo que oprime el corazón, sino el amor desesperado de lo que dura eternamente en la juventud eterna, el amor al porvenir”, leemos en la recopilación de su trabajo periodístico publicado póstumamente en Carnets 3

Su explosión literaria llega con “El Extranjero”, en ella se describe las vicisitudes de un individuo incapaz de expresar sentimientos o de forjarse una moral acordes, que vive en una monótona cotidianidad, reaccionando sin razón ni motivo aparente. Vivir por inercia, esa sería la justa definición del protagonista de esta obra de 1942, escrita y publicada durante la ocupación nazi de Francia, que interrogaba al mundo sobre el absurdo destino de la gente decente obligada a vivir en medio de la abyección moral y sometida a la arbitrariedad de fuerzas colectivas y anónimas, fue la catapulta a la fama de Camus, que había llegado a París en 1940 desde Argel, donde había publicado el ensayo “El revés y el derecho” que solo reeditaría en Francia 20 años más tarde y que el mismo escritor señalara como su fuente de inspiración, “en ese mundo de pobreza y de luz en el que viví tanto tiempo y cuyo recuerdo me ampara aún de los dos peligros contrarios que amenazan a todo artista, el resentimiento y el contento.”

Su libro “La peste” (1947) es una metáfora de la incapacidad de la sociedad francesa para desvelar y confrontar los demonios que la fracturaron e hicieron posible la derrota y la ocupación. Es la historia de una ciudad y sus habitantes, una observación y análisis de sus maneras de vivir y de afrontar la adversidad. “El modo más cómodo de conocer una ciudad es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere”. Sin ninguna acción deslumbrante, sin ningún héroe, una ciudad entera se ve privada de su futuro, de su capacidad de elección, asolada por la enfermedad. Es también el mal moral, y es la epidemia que golpea y hiere al azar. Ese mal moral es encarnado por Cottard, un personaje que se nutre de los estragos y miseria que genera la epidemia, que crece en ellos, y desea que permanezcan.

Los personajes de Camus están siempre en lucha, consigo mismos, con la enfermedad, con la cultura, con el mismo Dios. Sin embargo eso no consigue quitarles ni un solo ápice de su humanidad, sino todo lo contrario. A lo largo de su obra abandonó el existencialismo primigenio de Sartre, con quien sostuvo una mordaz lucha filosófica e intelectual, convirtiéndose en animadversión tras la publicación en 1951 de su libro “El Rebelde” en el que aborda los problemas internos del hombre: su rebeldía, la rebelión metafísica, moral, política y social que va contra su destino, contra la sociedad y contra la historia.

En 1957 fue galardonado con el premio nobel de literatura, Camus diría: “Cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea quizá sea aún más grande. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida, en la que se mezclan las revoluciones frustradas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; cuando poderes mediocres pueden destruirlo todo, pero ya no saben convencer; cuando la inteligencia se ha rebajado hasta convertirse en criada del odio y la opresión, esta generación ha tenido, en sí misma y alrededor de sí misma, que restaurar, a partir de sus negaciones, un poco de lo que hace digno el vivir y el morir”.

Murió intempestivamente con un boleto de tren en el bolso que nunca tomó por acompañar a un amigo en un accidente de coche el 4 de Enero de 1960 cerca de Villeblevin, un pueblo de la Borgoña, tenía 47 años de edad y toda una vida por delante. Es indispensable reflexionar sobre lo que su muerte le arrebató a la humanidad, ¿cuántos libros por escribir? ¿cuánta magia se apagó ese día?, el genio francés se despidió de este mundo en el momento en que estaba entrando a su madurez como escritor. En la maleta que llevaba en el coche, había 144 páginas de un manuscrito inacabado, “El primer hombre”, de fuerte contenido autobiográfico y gran belleza literaria. El libro, que se publicaría por decisión de su albacea Catherine Camus en 1994, pondría a cada uno en su sitio y demostraría que Camus nunca fue un burgués, ni un comunista, ni siquiera un filósofo, sino un hombre rebelde, un narrador de mundos y un enamorado de la libertad.

 

FUENTE: http://hellodf.com/camus/

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