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5 películas que me han acercado a la santidad

“Un problema a día de hoy es que se puede hacer parecer la santidad como el privilegio de un puñado de héroes espirituales, y no el objetivo ordinario de la vida cristiana. Todo lo que quiere la Iglesia – sacerdocio, Misa, sacramentos, buena predicación, obras de misericordia corporales y espirituales – es hacer santos. Sólo hay una tristeza real en la vida: no ser un santo” (Obispo Robert Barron)
En el mundo del cine católico, hay un cierto tipo de películas sobre santos que parece que es cosa sólo de “píos” y de “bienintencionados”.

No me gustan, en primer lugar porque yo no soy ni pío ni particularmente bienintencionado, pero creo que si no me gustan es por una razón más profunda y problemática: perpetua la que considero la teoría ateniense de la santidad – la noción por la que un santo sale ya así de la cabeza de Dios, y su objetivo principal es ser una especie de ejemplo, un ejemplo al que aspirar, más que un guía – o, más importante, un compañero de camino – en la vía a la santidad.

Demasiado a menudo la santidad parece desesperadamente fuera de nuestro alcance, algo que logran los semidioses más que los seres humanos normales.

Prefiero mis santos excéntricos e imperfectos que luchan, caen y se vuelven a levantar una vez más para tomar de nuevo su cruz. En otras palabras, prefiero que mis santos sean humanos.

La lista de hoy se concentra no en la vida de santos canonizados, sino en algunas películas que he visto en los últimos años y que me han impulsado a pensar en las luchas y virtudes “vividas” a través de las cuales cada uno puede llegar a la santidad en su propia vida.

In America
En el fantástico film de Jim Sheridan sobre una joven familia irlandesa inmigrantes que lucha por abrirse camino en Nueva York, el embarazo inesperado (y no muy deseado) de la mujer Sarah es el catalizador que lleva al actor desocupado Johnny a afrontar el principal evento que les hizo dejar Irlanda y que corroía a la familia por dentro – la muerte de su único hijo. Con la ayuda de su misterioso vecino (el artista Mateo), la familia lucha por encontrar la paz en medio del miedo que acompaña a la nueva bendición.

Lleno de pequeños pero perspicaces momentos sobre la relación entre los esposos y los signos más tangibles de su amor (los hijos), esta película habla de manera profunda sobre los riesgos y las recompensas de estar abierto a la vida, reconociendo que la disponibilidad a abrazarla significa que uno debe estar también preparado para abrazar el sufrimiento redentor que la acompañará siempre.

Diario de un cura de campo
Basado en la cautivadora novela de Georges Bernanos, este film del legendario director Robert Bresson es un puñetazo en el estómago espiritual. El protagonista es el cura de Ambricourt, un joven sacerdote frágil y apenas ordenado que llega a un pequeño pueblo de la campiña francesa para tener su primera parroquia, para descubrir que su ministerio (en realidad, su misma presencia) es fuertemente rechazada – o aún peor, meramente tolerada por un rebaño dolorosamente indiferente.

Afectado por una salud que se deteriora rápidamente y afligido tanto por la cínica apatía de sus parroquianos como por sus propias inseguridades y dudas de fe, el sacerdote lucha por abrazar si vocación.

La obra maestra de Bresson es una mirada sobria y austera a dos cosas que me asustan mucho sobre la santidad: la realidad de la noche oscura del alma y el reto de sacrificarse completamente y sin reservas, haciendo las cosas justas y virtuosas independientemente del hecho que gente lo note o lo alabe, y por la recompensa terrena.

Es un recuerdo doloroso del hecho de que esta vida es de verdad un valle de lágrimas, y que intentar vivir en la máxima plenitud siempre estará acompañado de dudas y sufrimientos. Pero al mismo tiempo, el buen cura recuerda que “Dios no es un torturador”, haciendo notar a una condesa obstinada que Dios “no es el dueño del amor, es el Amor mismo”.

De dioses y hombres
La película más reciente de las que aparecen en la lista es un relato edificante de la vita (y de la muerte) de los monjes trapenses del monasterio argelino de Nuestra Señora del Atlas, asesinados por los extremistas a mediados de los Noventa, y destaca por una serie de razones.

En primer lugar, es un relato extraordinariamente conmovedor (y verdadero) de la vida comunitaria, en que los seres humanos chocan contra las manías de los demás y pelean por cosas insignificantes, aunque respetándose y amándose profundamente.

En segundo lugar, es un recuerdo de la importancia de rezar para la perseverancia. Para muchos es difícil imaginar la perspectiva de aceptar el martirio por las propias convicciones.

Para mi – que me veo reflejado en los pensamientos de la joven heroína de Un templo del Espíritu Santo de Flannery O’Connor, que sabe que “nunca podrá ser una santa pero que cree que podría ser mártir si la matasen rápidamente” -, la idea de llegar al fin de la vida en el mismo acto que te asegura la salvación final, es extrañamente fascinante. También es improbable para la mayor parte de nosotros, por esto el regalo más grande del film es el hecho de recordarnos que debemos rezar a diario por la virtud de la perseverancia final.

El hijo
El film de los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne se presenta como un sorprendente análisis de nuestro deseo a menudo inexplicable de perdonar y de ser perdonados. La historia es de lo más sencilla: Francis, un joven atormentado que acaba de salir de la prisión, es llevado al taller de carpintería de Olivier para reinsertarse en el mundo del trabajo. Olivier lo reconoce en seguida como el responsable de la muerte de su hijo, que se produjo unos años antes, y lo contrata, aunque no está claro por qué lo hace.

Para el espectador, el reto del film (y su gran tensión) se basa en preguntarse su Olivier actuará en base a su comprensible tendencia a la venganza, que aunque está omnipresente, nunca es el primer pensamiento del hombre. Oliver busca un tipo de castigo completamente diverso.

En una de las escenas principales del film, la ex mujer de Olivier, Magali, descubre la identidad de Francis. Anonadada por la voluntad de Olivier de ayudar al responsable de sus sufrimientos, le echa en cara sus intentos de reconciliación. “Nadie lo haría”, dice. Cuando él le da la razón, ella pregunta: “¿Entonces por qué lo haces?” “No lo se”, replica él. Y nosotros tampoco, pero queremos ser como él: perdonar en lugar de dejarnos consumir por la venganza, aunque no comprendemos sus acciones.

Tres Colores (Azul, Blanco, Rojo)
El último ejemplo parece un poco raro… OK, es raro porque se trata de tres films y no de uno solo. Y esto significa que resumirlos es más bien imposible. Estas tres obras del enigmático director polaco Krzysztof Kieślowski son extraordinarias – tanto individualmente como (más aún) como una unidad creativa.

Capturan una sorprendente gamma de problemáticas, luchas y (al final) redenciones humanas, y si los protagonistas de las historias son a menudo inquietantes y tristes – a veces incluso sórdidos –, las extraordinarias intuiciones sobre los altibajos de la condición humana me dejaron sin aliento cuando los vi por primera vez. Y cada vez que los veía me dejaban más afectado y conmovido que antes.

No es tanto el hecho de que tengan que ver con la virtud (o incluso la espiritualidad). Hay una completez y una atención a la importancia de los pequeños detalles que me hacen sentir como si hubiese visto toda una vida – o muchas vidas – desplegarse ante mis ojos. Y si me pregunto a menudo si entiendo lo que Kieślowski está intentando decir en estas películas, me encuentro siempre con un aprecio más profundo por la complejidad y la interconexión de nuestra vida, y con un recuerdo de que tengo que tratar a los demás sabiendo que también luchan que también buscan verdad y virtud. Y que serán siempre la presencia más obvia y palpable de Cristo en mi vida.

Fuente: http://es.aleteia.org/2015/12/12/5-peliculas-que-me-han-acercado-a-la-santidad/

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