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Lo que el salario mínimo me enseñó

Un importante empresario latinoamericano, que administraba una empresa líder en su país, decidió vivir durante seis meses con el salario mínimo para ponerse en los zapatos de los operarios a los que dirigía.

Durante ese tiempo, este hombre conoció la forma como la mayoría de las personas viven en su país, descubrió sus necesidades y nunca volvió a ver con los mismos ojos su cargo o el de sus subordinados.

Este administrador llevaba años tomando las decisiones más trascendentales en la empresa que administraba; de él dependían miles de empleados. Su labor consistía en asistir a juntas directivas y cenas de negocios, pero también visitar plantas de producción y velar para que todo transcurriera sin inconvenientes.

En sus visitas, siempre se acercaba a los operarios y les preguntaba por su bienestar, sus aspiraciones laborales y sus ambiciones personales. A menudo se encontraba con respuestas difíciles de escuchar. Muchos empleados debían sacar adelante a familias numerosas con un salario bajo, tenían que enfrentar retos impensables para moverse en la ciudad y llegar a tiempo a trabajar; sus estándares de calidad de vida eran mínimos.

Un día, mientras intentaba desarrollar un sistema de incentivos para los empleados, el empresario descubrió que entre él y ellos había un abismo imposible de cruzar. Sus formas de ver el trabajo y la vida eran completamente diferentes debido a las circunstancias en las que cada uno se desenvolvía. Pensó por un momento en la diferencia de dinero que cada uno recibía al final del mes y se soprendió al notar que su salario era cerca de cien veces más alto que el de los operarios. Supo que, a menos que se pusiera en sus zapatos, nunca lograría comprender las verdaderas necesidades de los cientos de empleados que dirigía y no podría ser un buen líder para ellos. Entonces tomó la decisión: durante seis meses viviría con el mismo salario que sus obreros, buscaría una vivienda que pudiera rentar con ese dinero, iría al mercado con poco y llegaría a trabajar como lo hacían ellos.

Con su nueva forma de vida le resultó imposible ahorrar un centavo. Cada mes llegaba a los últimos días con lo justo y él era un hombre soltero, sin la responsabilidad de cuidar de sus hijos o mantener a su familia.

Su salario le permitió rentar una habitación en una casa donde vivían varias familias. Pasó de vivir en quinientos metros cuadrados a acomodarse en unos quince metros, desprovistos de todas las comodidades a las que estaba acostumbrado: agua caliente, televisión por cable, calefacción u aire acondicionado, hermosa vista de la ciudad, cámaras de seguridad, colchón ortopédico, espaciosa cocina, empleados a su disposición…

Su canasta estaba conformada sobre todo por harinas y granos. Rara vez comía carne y nunca le alcanzó para comprar la mayoría de los productos a los que estaba acostumbrado con su antiguo salario.

Cada mañana se tardaba de dos a tres horas en llegar a su trabajo y en la tarde era igual. Para desplazarse debía tomar varios autobuses de transporte público y en ocasiones debía esperar treinta minutos a que pasara alguno. Calculó que gastaba aproximadamente el 20% de sus ingresos en transporte.

Durante ese tiempo, sólo una vez tuvo que visitar el hospital debido a una fuerte migraña. En lugar de ser atendido rápidamente por los médicos de su póliza de medicina prepagada, estuvo toda la noche en la sala de espera, expuesto a la luz y al frío. A las siete de la mañana del día siguiente fue atendido por un médico que solamente le recetó analgésicos. En el tiempo que pasó en ese lugar compartió el espacio con madres embarazadas, niños pequeños, ancianos… y todos esperaban con paciencia.

Cuando este hombre volvió a su antigua vida fue capaz de ver y agradecer cada diminuto privilegio que le había sido dado: la calidad de su educación que le permitió llegar a ser el exitoso administrador que es; la fortuna de siempre tener un plato en la mesa y la suerte de escoger los ingredientes; la posibilidad de viajar y ampliar sus horizontes; el privilegio de vivir en un barrio céntrico y seguro, en una casa cómoda; así como tener acceso a un buen servicio de salud.

Como parte de su trabajo ayudó a promover dentro de la compañía la instalación de servicios que mejoraran la calidad de vida de los trabajadores. Con el tiempo, la empresa abrió una guardería para los hijos más pequeños de los empleados; amplió las tasas de subsidio del transporte y comenzó a subsidiar un servicio médico de calidad que incluye asistencia psicológica.

La experiencia que vivió le dio una gran lección de humildad y gratitud que jamás olvidará. Esos seis meses transformaron su interior y le permitieron llegar a ser el líder ejemplar que es hoy.

 

 

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