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El secreto del poeta

¿Que la poesía es arte? ¡Qué va!, si sucede sola cuando se corta el corazón y te sangra por la mano.

Lo mismo que pasa por la mente de cualquiera, pasa por la de aquel al que llaman poeta. Lo suyo no es cosa de magia.

Si tiene alguna habilidad, no es para escribir, sino para atrapar un sentimiento al vuelo antes de que escape y plasmarlo con premura para evitar que, como es natural en los sentires, se diluya en lo incierto.

Si hay algo que aplaudirle al poeta, tal vez sea su valor, pues sin importar cuán doloroso sea lo que evoca, no lo evade, lo atesora.

Poeta que se precia no teme al deseo, al odio ni al amor; no se avergüenza del despecho ni da la espalda al dolor. La tristeza no lo dobla si la somete a su pluma. Y la emoción desbordada se sosiega en el papel.

Sabe que las palabras igual cortan que acarician, lo mismo hacen temblar que palidecer. Son fuego y queman por dentro. Son bálsamo y calman el miedo.

El poeta lo sabe: a quien expone su alma al desastre no hay más remedio que amarle, y él quiere por igual amar que ser amado.

Quien es objeto de la pasión de un poeta es prueba de que viviendo en un poema no se envejece. Tampoco es probable que muera, pues puede revivirlo cada vez que su nostalgia lo desee.

Al poeta, las palabras le permiten llorar sin lágrimas, hablar sin voz, odiar sin armas, amar sin besos, soñar sin alas…

Corazón y Espíritu se convierten en amantes al escribir un poema. Y cómplices del furtivo encuentro, el tiempo detiene su paso mientras la mente arma rompecabezas catárticos en los que concilia la realidad y el sueño.

La poesía, ¿arte? ¡qué va!, si sucede sola cuando se corta el corazón y te sangra por la mano.

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