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La intervención de la URSS en el mundo árabe propició la aparición del yihadismo

El origen del salafismo internacional y la yihad moderna hunde sus raíces en su lucha contra el expansionismo soviético

El derrocamiento de las monarquías en Irak, Egipto, Yemen o Libia y el fracaso de las repúblicas pro-socialistas agitaron el radicalismo

La invasión de Afganistán por parte de la URSS en 1979 fue el golpe definitivo para el auge de los muyaidines, una situación que EEUU agravó después

Los recientes atentados de París – los más sangrientos de la historia de Francia -, el auge del Estado Islámico en Irak y Siria, y la cada vez más preocupante deriva de la que se llamó Primavera Árabe, han hecho plantearse a muchos el éxito o el papel que la OTAN en general -y los Estados Unidos en particular-. Muchos han empezado a considerar el fracaso de la intervención occidental como el origen del salafismo y el yihadismo modernos pero en realidad, tales fenómenos trazan su origen en movimientos mucho más antiguos dentro del mundo islámico, y en particular, al expansionismo del comunismo en el mundo árabe.

Reyes, burgueses y revolucionarios

Tras la descolonización, británicos y franceses cedieron el control de las recién creadas naciones musulmanas (excepto en casos específicos como Siria o Argelia), en manos de emires y monarcas que podían comandar la lealtad de los diferentes grupos tribales que componían los mal definidos estados. Prácticamente todas las naciones que hoy componen la zona geográfica conocida como Noráfrica y Oriente Medio fueron en su día monarquías, incluyendo Irak, Egipto, Libia, Túnez, Marruecos, Jordania y Yemen, que coexistían con otras monarquías preexistentes (Persia, Afganistán, Arabia Saudí, etc.).

El mundo islámico estaba enormemente fragmentado en dialectos, escuelas jurídicas del Islam, etnias y tradiciones. Las comunicaciones eran igualmente pobres, y el Árabe Estándar no existía como idioma escrito internacional. En este contexto, el poder de los emires y reyes era el único capaz de presentar un equilibrio de legitimidad: mientras que su poder provenía de Alá, no tenían la autoridad religiosa ni el estatus universal de los califas. Del mismo modo, a pesar de pertenecer generalmente a una etnia o tribu concreta, los reyes como Faisal de Irak o el Shah en Persia tenían la suficiente legitimidad territorial como para proyectarla a un nivel nacional. En el mosaico legal, jurisdiccional y etnográfico del post-colonialismo, los reyes y emires casaban a la perfección lo regional con lo universal en una época en los que los canales que podrían hacer la universalización posible aún no existían.

Las semillas de la globalización, no obstante, crecían en el único segmento de la población que los emires no podían atraer a la causa de la monarquía. Las clases medias urbanas (generalmente francoparlantes o angloparlantes) habían sido el alma y cuerpo de la oposición anticolonialista. Esta burguesía (muchos de ellos habían estudiado en el extranjero o con un corpus occidental moderno) se orientaba hacia el socialismo, el laicismo, y el pan-Arabismo, y deseaban modernizar sus respectivos países en la línea izquierdista que Nehru había adoptado en la India, o Attatürk en Turquía. En plena Guerra Fría, estas clases medias poseían todos los atributos -anticolonialismo, nacionalismo, socialismo y laicismo- que los convertían en perfectos candidatos para una alianza con la Unión Soviética.

La URSS y la pasividad de EEUU

Egipto y Túnez fueron los primeros países, en 1953, en deshacerse de la monarquía. La institución estaba desprestigiada en Egipto (la monarquía más urbanita y moderna del mundo árabe) por sus estrechos vínculos con el imperio birtánico. En el 53, dos oficiales del ejército, Muhammad Naguib y Gamal Abdel Nasser, proclamaron la república. Tras la nacionalización del Canal de Suez en 1956 y la Crisis del mismo año, Nasser se convirtió en uno de los principales exponentes del Pan-Arabismo, y en un sólido aliado de la Unión Soviética. Los rusos trataron de ampliar su apoyo al Pan-Arabismo, defendiendo el golpe de estado sirio en 1963, y la proclamación de repúblicas pro-socialistas en Irak (1958), Yemen (1962, con guerra civil incluída), y Libia (1969, comandada por Muanmar al-Gaddafi).

Durante todo este período, EEUU demostró una gran pasividad y poco interés en intervenir en la zona. Durante la Crisis de Suez, Eisenhower había sido quien ordenó a británicos y franceses no intervenir en la zona, y aparte de apoyo bélico a su aliado israelí, los americanos se abstuvieron de cualquier intervención directa mientras los soviéticos quitaban monarquías a su antojo y apoyaban las dictaduras de Gaddafi y el Baaz. De hecho, la actividad soviética (que en parte se alimentaba de la animosidad contra Israel) alarmó enormemente a las dos monarquías más importantes del mundo musulmán; Persia y Arabia Saudí. Como rey del único país chií del mundo y uno de los más poderosos del Medio Oriente, el Shah no estaba contento con la deriva antimonárquica del mundo árabe, que también le supuso problemas internos, especialmente en sus encontronazos con el progresista Mossadegh.

En Arabia, la casa Ibn Saud derivaba su legitimidad del pacto que en el siglo XVIII había unido a la dinastía con la familia de Muhammed Abd el-Wahhab, el creador del salafismo, y de su posición como protectores de los lugares santos Meca y Medina. De hecho, el mandamiento islámico del Hajj (peregrinación) convertía a los monarcas saudíes de forma virtual en unos de los más influyentes del mundo islámico, y no podían permitirse la expansión del secularismo.

El Shah Mohammad Reza Pahlavi se había beneficiado en 1953 de uno de los pocos golpes de estado en los que los Estados Unidos se había involucrado hasta el momento, creando una alianza entre ambos países. A partir de 1957, Arabia Saudí también entró en la esfera defensiva de Estados Unidos. Los árabes habían sido aliados tradicionales de Gran Bretaña contra los turcos. No obstante, Saud había apoyado a Nasser durante la Crisis del Canal. Alarmado por la deriva pro-Soviética del Pan-Arabismo, Saud aceptó la ayuda de Eisenhower y se centró en su propia idea de identidad árabe, el Pan-Islamismo. Con la caída del rey Faisal en Irak en 1958 y la intervención soviética en la guerra civil de Yemen, Saud acabó peleándose abiertamente con Nasser, considerando a Estados Unidos como el único salvavidas posible de la monarquía ante el rápido avance soviético en Oriente Medio

El auge del salafismo internacional

La cúspide del poder ruso, paradójicamente, provocó lo que se ha dado a conocer como «Amanecer Islámico», y cambió el curso de la Historia en Oriente Medio. Tras el desastre de Vietnam y la caída de la monarquía Libia, los progresistas afganos derrocaron al rey Mohammed Zahir Shah en un golpe de estado. En 1978, no obstante, los comunistas protagonizaron una rebelión que los llevó al poder. Su reforma agraria y represión brutal provocaron a su vez una oposición encarnizada por parte de elementos tradicionalistas del campesinado, lo que llevó a la Unión Soviética a intervenir directamente. A pesar de la larga lista de golpes de estado llevados a cabo por países occidentales o la Unión Soviética, la invasión de Afganistán de 1979 fue la primera vez desde la caída de los imperios europeos que una nación extranjera invadía un país de mayoría musulmana.

El monstruo insaciable

Muhammad Zia ul-Haq se convirtió en presidente de Pakistán poco antes de la invasión soviética. En aquel momento, el principal enemigo del Islam no era Occidente, sino Rusia. La Unión Soviética parecía a los ojos de muchos un monstruo insaciable. Argelia, Túnez, Siria, Libia, Egipto, Irak, y Yemen habían caído bajo su influencia, y la invasión de Afganistán demostró cuán lejos pretendían llegar los comunistas. Arabia Saudí se encontraba virtualmente rodeada, lo mismo que Pakistán, entre la India y el Afganistán Soviético. Para muchos musulmanes, la expansión rusa marcó los años más oscuros y fue un despertar al mundo moderno: el Pan-Arabismo que la URRS había alimentado se desengañó tras ver que los soviéticos no tenían reparos en enviar soldados a un país musulmán, y paradójicamente, se volvió en contra del bloque comunista.

Pakistán era, además, uno de los pocos países junto con Arabia Saudí cuya identidad y legitimidad se basaba práctica y únicamente en la religión suní. «El país de los puros» había nacido fruto de la división religiosa del Raj Británico en la India. Del subcontinente indio, a su vez, había surgido el movimiento Khilafat que en los años 20 había tratado en vano de mantener vivo el Califato, la forma de gobierno que representaba la unidad orgánica del Islam desde los tiempos de Mahoma, y de la escuela Deobandi, que profesaba una interpretación moderna más restrictiva del Islam, y de cuyas enseñanzas provienen los Talibanes.

Arabia Saudí y la Guerra de Yom Kippur

Casi simultáneamente, Arabia Saudí se convirtió en El Dorado del mundo árabe. La Guerra de Yom Kippur fue un desastre militar para las viejas dictaduras Pan-Arabistas de Siria y Egipto, pero el embargo petrolero del 73 que le siguió disparó los precios del crudo y forzó a los Estados Unidos a intervenir para conseguir la paz. El alza de los precios enriqueció formidablemente a Arabia Saudí, que comenzó a financiar su proyecto Pan-Islamista con mayor ahínco. La creación de organizaciones como el Banco Islámico de Desarrollo, la Liga Árabe Mundial, o la World Assembly of Muslim Youth (WAMY). El marcado carácter humanitario de estas organizaciones y sus donaciones generosas las hicieron enormemente populares al tiempo que las viejas élites socialistas de los países árabes se sumían en la corrupción y en el desgaste interno, pero junto con sus donaciones vinieron copias del Corán y textos salafistas.

Se estima que Arabia Saudí y los países del Golfo han financiado la construcción de 1500 mezquitas, 2000 escuelas, 200 centros islámicos, y la distribución de más de 138 millones de copias del Corán. Al mismo tiempo, una oleada de inmigrantes de distintos países árabes llegó a Arabia Saudí dispuestos a participar en el enriquecimiento general.

Cuando tales trabajadores volvieron a su país, importaron junto con su recién adquirida riqueza la forma de vida árabe, y la interpretación salafista del Islam. La riqueza Saudí ayudó a crear por primera vez desde el califato los canales internacionales necesarios para propagar la homogenización y la solidaridad entre musulmanes a nivel global.

Muyaidines: los guerreros santos

Estos canales se pusieron en uso durante la invasión soviética de Afganistan, lo que supuso la auténtica prueba de fuego de la nueva filosofía. Con ayuda de los pakistaníes y saudíes, se crearon centros de reclutamiento en todo el mundo árabe y se pusieron los medios para transportar a los guerreros santos (mujahideen) a Peshawar, en la frontera con Afganistán. El centro de la Liga Musulmana de Peshawar, precisamente, servía como punto de reunión de los yihadistas, y estaba bajo el control del palestino Abdullah Azzam, el maestro de Bin Laden.

El propio Osama viajó a Peshawar en 1982, donde con la fortuna de su padre y los ingenieros de la compañía de construcción que poseía en propiedad, se dedicó a construir infraestructuras para los salafistas.

Toda esta superestructura se construyó y coordinó entre los diferentes países árabes, y * el Congreso de Estados Unidos no aprobaría enviar misiles antiaéreos a los extremistas hasta 1986, siete años después de la invasión soviética, aunque la administración de Jimmy Carter había participado ya facilitando armas a una red que ya estaba creada. El nuevo orden islámico y las nuevas conexiones globales fueron capaces de mantenerle el pulso a la Unión Soviética durante casi una década.

Contra la URSS no contra EEUU

El «Amanecer Islámico» no se creó contra Estados Unidos, sino contra el comunismo. A mediados de los 80, las principales dictaduras Pan-Arabistas (Libia, Siria, Argelia e Irak) se encontraban tremendamente desprestigiadas. La promesa de bienestar social se había convertido en puro favoritismo dictatorial. Las clases pobres deambulaban por las calles de Argel sin empleo alguno, mientras que la clase urbanita que había apoyado la modernización de los países musulmanes seguían utilizando modas francesas y occidentales.

La agresión soviética contra Afganistán acabó con toda esperanza de poder mantener una ilusión de solidaridad global con el bloque comunista, y la retórica religiosa del nuevo régimen teocrático en Teherán hacía eco en las mentes de muchos suníes. Las organizaciones humanitarias de Arabia Saudí se apresuraron a ofrecer la ayuda a los pobres que los regímenes autoritarios no podían ofrecer: no es puro amor a la democracia lo que impulsó a Al-Qaeda a incluir el fin de las dictaduras en Oriente Medio como una de sus principales demandas.

Tras la caída del muro en 1989, el mundo tuvo un privilegiado «preview» de lo que más tarde ocurriría en Siria y Libia durante la Primavera Árabe: el desprestigiado régimen unipartidista argelino se vio obligado, ante el avance del islamismo y del desempleo, a reformarse. En las elecciones municipales de 1990, los islamistas barrieron a los socialistas del FLN en prácticamente todos los distritos. Con la promesa de acabar con la corrupción física del FLN, y la corrupción intelectual de Occidente, los islamistas, apoyados por un auténtico cuerpo de ayuda humanitaria, estuvieron a punto de arrebatar el poder al FLN hasta que el ejército se vio obligado a intervenir.

La guerra civil que siguió enfrentó a los militares con los partidarios de un Estado Islámico, y duró desde 1991 hasta 2002, cobrándose la vida de entre 44.000 y 150.000 personas. Las demás dictaduras aprendieron la lección, y se aprestaron a reforzar su atractivo con los sectores religiosos, propiciando el acercamiento de Saddam Hussein y Gaddafi al clero al tiempo que trataban de controlarlo.

La Guerra del Golfo de 1991 marcó a su vez un punto de inflexión. Si bien el Pan-Islamismo, lo mismo que los movimientos anticoloniales anteriores, habían defendido una cultura árabe (y especialmente musulmana) exenta de toda influencia occidental, la presencia de tropas norteamericanas en territorio Kuwaití y Saudí provocó, lo mismo que la invasión rusa de Afganistán, un rechazo aún más marcado de todo lo americano y occidental.

El salafismo internacional surgió como respuesta a la percibida amenaza soviética, y se consolidó precisamente tras el vacío intelectual que supuso la caída de la Unión Soviética y la derrota de las ideas laicistas de los Pan-Arabistas, supliendo la necesidad de una identidad aglutinadora tras el fin del califato y la experiencia colonial. Los Saudíes fueron los primeros en crear canales verdaderamente globales capaces de movilizar ayuda humanitaria, «guerreros santos», e ideas a través de todo el mundo musulmán.

Estados Unidos estuvo involucrado en cierta medida en el éxito de estos nuevos canales, los americanos no aprendieron la lección de Afganistán, y el inmenso poder que tal identidad transnacional podía desatar. No obstante, también es cierto que este sistema se creó mucho antes de que los estadounidenses decidieran subirse al tren con Reagan. Los soviéticos provocaron la construcción y el éxito del salafismo internacional saudí, mientras que los americanos no supieron entender la verdadera naturaleza ni el peligro que entrañaba.

*Corrección: En una versión anterior se indicaba que EEUU sólo facilitó armas a partir de 1986. El autor puntualiza que la administración de Jimmy Carter envió armas desde 1979, aunque de manera casi simbólica y a través de los canales que ya se habían creado.

Fuente: http://www.elmundo.es/la-aventura-de-la-historia/2015/11/18/564c9f1c268e3e2f768b45f6.html

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