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Te busqué…

Te busqué, te busqué frenética desde que te sentí por primera vez, te busqué despierta, te busqué dormida, te busqué en mis días, te busqué en la profundidad de mis noches…

Te busqué en mis sueños y en mis fantasías, te busqué muy niña, te busqué mujer, te busqué madre y te busqué simple y llanamente humana…

Te busqué en las ciencias que contienen un algo de magia, te busqué en la cultura, rodeada de impresionantes ejemplares que hablan de todo y de nada…

Te busqué en las personas poderosas, aquellas que poseen tanto y tan variado encanto, pero no llenaban la necesidad de ti…

Te busqué en la subyugante ambición del poseer, y mientras más poseía, más lejano te sentía…

Te busqué en la vida, que me abrazaba, te busqué en la muerte que me atraía, te busqué tan mío y tan ausente, tan presente y tan lejano…

Te busque desesperadamente, te busqué como se busca a lo más sagrado, te busqué porque de ti había quedado prendada y más que al aire te necesitaba…

Te vi y me subyugaste, un instante bastó para que tu presencia se quedara en mí para siempre… Un segundo que se quedará guardado en mi mente como el más dulce y sublime regalo que a mi vida llegara… Esa tarde de otoño, ese instante que detuvo el tiempo, cuando me sonreíste de la forma más hermosa que jamás hubiera podido imaginar ni en sueños… La sonrisa de ese hermoso niño me dijo que estabas a mi lado… La sonrisa más dulce que hayan visto ojos humanos…

Te busqué porque me declaré incompleta sin ver esa sonrisa a diario…

Mas te busqué con los ojos del cuerpo, dejando cerrados los ojos del alma, cegando la posibilidad de ver que siempre estuviste a mi lado, que esa sonrisa que tanto impactó a mi alma, ha sido parte de mi vida desde el comienzo de los tiempos…

Te busqué incesante, derramando lágrimas de dolor que laceraba, guardando angustias que quería sólo para compartir contigo, fingiendo una paz cuando había un torbellino que me arrasaba por dentro…

Te busqué en todo y en nada realmente, pues no abrí el alma para darme cuenta que tu morada era yo misma, que vives en cada uno de nosotros, que nunca fui por ti abandonada y que me acompañaste, que enjugaste con ternura cada lágrima derramada por el dolor y la angustia, que me tomaste entre tus brazos, que me hablabas dulcemente al oído y susurrabas palabras para consolar mi alma. Mi compañero de dichas, mi amigo en las penas, mi padre en las angustias, mi todo desde el día en que dulcemente llegué y hasta el día que me lleves en tus brazos…

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