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¿Existe la envidia de la buena?

¿Qué es la envidia?

La envidia es un sentimiento de admiración totalmente distorsionado que se asocia al deseo de poseer ‘algo’ (incluso el éxito) que pertenece “al otro”, y también el deseo de que “el otro” deje de tener o disfrutar de ese ‘algo’. También deberíamos incluir en el concepto el resentimiento que aparece en el envidioso si no logra ambos objetivos (conseguir lo del “otro” y que el “otro” deje de tenerlo)

Si la envidia implicara ‘solo’ el deseo de poseer lo que tiene “el otro”, no sería ‘necesariamente’ mala. Es más, podría hasta ser un acicate de superación personal que permitiera, observando a los demás, conocer un modelo a seguir e imitar. En tal caso, hay hasta quien habla de una “envidia buena o positiva”, lo que para mí es un craso error semántico, pues para describir la imitación y la identificación como mecanismos de maduración personal, el léxico psicológico dispone de términos más adecuados que el de la envidia, un vocablo que irremediablemente se relaciona con uno de los siete pecados capitales. Y un pecado no puede ser “bueno” ¿verdad?

 ¿Existe una envidia sana y otra insana?

Coloquialmente, se utiliza el término “envidia sana” como un eufemismo, poco afortunado, con el que se expresa la admiración o el deseo ‘sano’ de tener la misma suerte que una persona que suele formar parte del círculo social próximo al envidioso. Resulta curioso que la mayoría de las personas, cuando se refieren a la fortuna o el éxito de personajes famosos y alejados de su realidad, suelen hablar de ‘admiración’, ‘deseo’, ‘me gustaría…’, en lugar de utilizar el término “siento envidia sana por fulanito o fulanita…”.

UN PECADO NO PUEDE SER “BUENO” ¿VERDAD?

Tal vez, lo más adecuado sería hablar de: Sea como fuere, en el binomio “envidia sana” contiene dos términos claramente contradictorios, pues si, llegado el caso, la admiración llega a convertirse en envidia, es muy difícil que ésta sea “sana” (si es que en realidad existe; y recordemos además que es un ‘pecado’).

Envidia positiva (en la que admiramos y deseamos lo que posee “el otro”).

Envidia destructiva (en la que se desea que “el otro” deje de tener aquello que se ansia poseer).

Desde una perspectiva psicológica y psiquiátrica no es aventurado afirmar que, al igual que sucede con otros sentimientos como el miedo o la tristeza (que pueden convertirse en trastornos patológicos como las fobias o las depresiones respectivamente) también el sentimiento de la “envidia” puede derivar en un conflicto de tipo neurótico, y hasta psicótico en el peor de los casos, si no se controla adecuadamente por el individuo.

Envidia patológica

La envidia puede llegar a ser un problema grave cuando se convierte en la emoción central que rige la vida del individuo. Hay síntomas que alertan de ésta situación, por ejemplo, cuando el sufrimiento es tan intenso que genera ira por el deseo de despojar al rival de sus posesiones. Son situaciones en las que se puede llegar a la violencia física o a actos delictivos de cualquier tipo sobre todo si el envidioso es incapaz de regular y controlar sus emociones.

LA ENVIDIA PUEDE LLEGAR A SER UN PROBLEMA GRAVE CUANDO SE CONVIERTE EN LA EMOCIÓN CENTRAL QUE RIGE LA VIDA DEL INDIVIDUO.

Si bien hay características de la personalidad que predisponen a la envidia, consideremos que los factores socio-culturales y ambientales juegan también un papel importantísimo en la creación de la personalidad patológica del envidioso.

Su perfil (el del envidioso) sería el de una persona con una baja percepción de su auto-valía, que no se gusta a si mismo, egocéntrica, con dificultad para entablar relaciones interpersonales y con claras tendencia al histrionismo narcisista. Suelen ser individuos mediocres e inmaduros y básicamente podríamos resumir sus rasgos diciendo que tienen una clarísima insatisfacción consigo mismo.

ENVIDIA LEVE Y ENVIDIA COTIDIANA

Pero no todo es siempre así. La envidia más frecuente, por lo general, suele ser una envidia cotidiana, de andar por casa, a la que podríamos considerar incluso como una “envidia leve” en la que, no obstante, también podemos encontrar atisbos de agresividad y de violencia, las más de las veces plasmada en conductas hostiles, despreciativas o difamatorias más que en agresiones físicas propiamente dichas.

Por suerte, la mayoría de los envidiosos se limitan a rayar el capó del precioso coche que se ha comprado su vecino, pero no lo asesinan.

A QUIÉN SE SUELE ENVIDIAR

La mayoría de la población “envidiada” suelen ser esas personas normales y corrientes que constituyen el entorno cercano del envidioso, lo que les confiere una situación de cierta igualdad que predispone a la comparación y al ansia, de quien sufre este sentimiento, por poseer lo que ellos tienen.

Al envidioso le resulta más fácil compararse con personas parecidas y cercanas a él. Personas que han tenido acceso a sus mismas oportunidades. Esto, asociado a la baja autoestima que es inherente a su propia personalidad, les predispone no tanto a la envidia como al sufrimiento por pensar que no han sabido aprovechar adecuadamente las oportunidades que les ha brindado la vida.

También ésta proximidad puede acabar convirtiéndose en un riesgo para el envidiado por la facilidad con que el envidioso puede acceder a él, a los suyos o a sus bienes. Esto posibilita que muchos accesos de ira provocados por la envidia se plasmen en ataques verbales, físicos o en comportamiento delictivos y vandálicos cometidos desde el anonimato.

COLOFÓN

¡Ay señor, que mala es la envidia!

 

Fuente: http://www.gestalt-terapia.es/existe-la-envidia-sana/

 

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