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Otoño o primavera en Guatemala

Lo que ha pasado en las últimas semanas en Guatemala es, ni más ni menos, un proceso de reinvención del país y su forma de ver la política, las leyes y la actitud social. La solidez de una democracia joven, como la treintañera guatemalteca, se medirá por su capacidad para reinventarse y corregir los problemas. Por eso es que para cualquier político del resto del mundo, el caso de mi país no merece sino una calificación desastrosa; olvidan considerar que son logros y fracasos de un sistema político nuevo, que se inició en medio de un intenso conflicto armado en el contexto de la Guerra Fría, sin instituciones sólidas y con un deterioro severo en su tejido social.

Todas las democracias han pasado por crisis y han tenido que sobrellevar la pesada carga de hacer coincidir las expectativas con la realidad. Lo bueno es que de la mayoría de esas crisis han derivado las grandes soluciones institucionales, tal y como esperamos ocurra en Guatemala.

Todas las democracias han pasado por crisis y han tenido que sobrellevar la pesada carga de hacer coincidir las expectativas con la realidad

El gran detonante, la corrupción, carcome y destruye los cimientos de varias naciones en América Latina y el mundo. Los sobornos han destruido los Estados desde su interior, convirtiéndolos en entes vulnerables, incapaces de resguardar el bienestar social y cumplir con sus tareas básicas. Y ante esa realidad, ha emergido este movimiento cuyo líder no es nadie más que la indignación de miles de guatemaltecos, todos ellos cansados de la corrupción y la complaciente incapacidad del sistema para corregir ese y otros defectos.

Ese movimiento cívico ya cambió la historia del país y lo está haciendo con la participación de diferentes actores. Uno de ellos es la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, una suerte de fiscalía especial impulsada por la ONU y que ha denunciado con el Ministerio Público guatemalteco los tres grandes escándalos que encendieron la mecha de esta convulsión social. El otro gran protagonista de este cambio es una clase media urbana mayoritariamente integrada por la generación postconflicto armado, una generación sin miedo a participar y manifestarse, como sucedía en el pasado, cuando la represión era práctica común.

Los sobornos han destruido los Estados desde su interior

A contrapelo de sus antecesores, el presidente Otto Pérez ha admitido la presión popular como parte del proceso de fortalecimiento de la democracia, y a pesar del enorme desgaste, se empeña en conducir el barco a buen puerto. La única explicación es que este exmilitar, procurador de los acuerdos de paz convertido en político, tiene una férrea convicción de Estado. El presidente Pérez apuesta a la nueva nación que ha emergido y ha rehuido la tentación de organizar marchas de apoyo por parte de su partido, como hicieron Alfonso Portillo y Efraín Ríos Montt con turbas que sitiaron barrios enteros de la capital; o como las marchas que organizó el gobierno de Álvaro Colom para confrontar a quienes pedían su renuncia tras el asesinato del abogado Rodrigo Rosemberg.

A fuerza de presión social y una revolución bulliciosa y cívica, ha nacido un nuevo país. La sociedad ha enviado un mensaje alto y claro a una clase política que se prepara para elecciones en el mes de septiembre. Los políticos tendrán que reinventarse y trabajar muy rápido para producir las reformas necesarias, si quieren generar condiciones de gobernabilidad y paz social durante los siguientes años.

Le tocó a este Gobierno enfrentar el momento de detonación del descontento gestado en los últimos 30 años

La tolerancia de los ciudadanos se agotó; ellos esperan un gobernante cercano, efectivo, pragmático, que finalmente les dé no más populismo, sino servicios esenciales como la salud y la educación. Y si los ciudadanos esperan eso, los políticos deben entender que bajo las actuales circunstancias quien salga electo para encabezar el gobierno nacional deberá reforzar su capacidad de dialogar y encontrar consensos.

Por tanto cambio y tanta esperanza se habla de una primavera política guatemalteca y no de un otoño. Le tocó a este Gobierno enfrentar el momento de detonación del descontento popular gestado en los últimos 30 años de gobiernos fallidos, una situación que era inexorable y que al margen de ser vista hoy como el gran colapso del sistema, muchos lo vemos como el punto de partida de un nuevo país, lleno de oportunidades, lleno de esperanzas.

Julio Ligorría Carballido es embajador de Guatemala en Washington.

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