Trotando mundos

En Calcuta, desde las cosas más simples son una aventura: ver la calle antes de cruzarla para descubrir que cada coche avanza en su propio sentido; que al caminar no basta con mirar a la izquierda y la derecha, sino en todas las direcciones a las que pueden apuntar las manecillas de un reloj; subir y bajar de un camión desvencijado mientras este arranca con más gente que aire dentro de él, y que cada segundo tengas la sensación inminente de que va a estrellarte con cualquier cosa que esté enfrente; perderte entre las calles y preguntar a alguien que no te entiende y te responde algo que entiendes aun menos, pero que de alguna forma tienes que descifrar; comer en un restaurante y cruzar los dedos para que la comida sea lo suficientemente sana como para que puedas levantarte y seguir viviendo los días de esta nueva vida. Cada detalle de esta cotidianidad supone retos, desde las barreras del lenguaje hasta la distancia que existe entre el pensamiento oriental y occidental.

Una orquesta permanente de cláxones es la música de fondo para este escenario tan particular. India es tan impredecible que no puedes anticipar lo que vas a conocer cada día. En una misma cuadra puedes ver las mezquitas del barrio musulmán, atrás de la casa de la Madre Teresa, y enfrente un altar a Shiva. Al caminar por la ciudad encuentras cabras, vacas, caballos, gente bañándose en la calle, rasurándose, lavándose los dientes, haciendo pipi, jugando cartas, familias enteras durmiendo en la banqueta, miles de vagabundos, niños sin ropa, basura, ratas, personas enfermas y desnutridas, gente escupiendo…  No existe nada que vele la intimidad, lo íntimo se vuelvo público y colectivo.

La miseria que se vive en Calcuta es desgarradora. Es una ciudad devorada por el tiempo y el olvido. De sus años de gloria apenas puede verse la sombra. Son contados los edificios que tienen pintura; no hay ventanas, ni puertas, solo hay tierra y destrozos. Parece derrotada por una guerra que nunca existió; la verdadera batalla es la que libra la gente a diario para conseguir lo indispensable para vivir. Es arduo criarse en Calcuta bajo estas condiciones tan agresivas. Incluso es posible ver cierta dureza en los gestos y el trato de las personas. La gente vive con naturalidad en la suciedad, la basura, la pobreza y la insalubridad que percibo. Pero justamente son ese caos y esa miseria lo que le da esa estética particular a Calcuta.

Las mujeres visten trajes hermosos, no hay una que no. Los saris de mil colores son adornos en las calles, arte sobre el cuerpo. Las telas que cubren lo provocativo caen con tal belleza que resultan más seductoras al ojo que mostrar a cachos la piel desnuda.

Es un lugar que te lleva a emociones extremas en segundos. Mientras recorres los callejones ves tantas cosas que te provocan mil sensaciones: miedo, compasión, dolor, cansancio, asco, curiosidad, enojo, alegría,  frustración, deseo, curiosidad, fascinación. Pasas de lo grotesco a lo sublime en un instante. Todos los días son intensos. Tanta violencia a los sentidos mata. Vivir todos los colores, olores y sabores distintos toma toda tu energía; es como cruzar un mar furioso que rompe con inocencia los esquemas de mi mundo y mi lógica.

Esa es la magia de India, todo puede ser tan absurdo alrededor que te hace pensar que nada es imposible, que puedes hacer lo que quieras. Pienso que si sabes ver con sabiduría y puedes trascender el plano superficial a través de sus formas, Calcuta grita la belleza que la posee en medio de todo ese dolor en el que está sumergida.

Trabajo como voluntaria en los proyectos que tienen en Calcuta las Hermanas de la Caridad, la orden fundada por la Madre Teresa. Comencé en una de las casas llamada “Shanti Dan”, para niñas que fueron abandonadas por sus padres debido a su discapacidad. ¿Cómo será lo que nadie quiere de Calcuta? Fue fuerte porque muchas de estas niñas son completamente deformes, algunas ciegas, sordas, en silla de ruedas, casi todas con discapacidad intelectual. Estas personas sufren una triple discriminación por ser mujeres, pobres y discapacitadas. Mi labor consistía en lavar la ropa, darles de comer, vestirlas, llevarlas al baño, cambiarlas si era necesario, ayudarlas a hacer sus actividades y meterlas a la cama. Fueron muchos los momentos duros, pero a pesar de que reconozco lo dolorosa de su situación, gracias a la Madre Teresa estas son las mejores condiciones en las que estas niñas pueden estar, considerando sus circunstancias y su nivel socioeconómico. Podrían haber muerto por abandono, asesinato ser maltratadas o explotadas por sus familias. En lugar de eso llevan una vida digna, en una vivienda decente con gente que les da los cuidados necesarios para vivir.  Decidí cambiarme de proyecto porque había algo con lo que todavía no me sentía cómoda, aunque fue una gran experiencia.

Actualmente colaboro en una escuela para niños de la calle. Su función es dar a los niños los conocimientos necesarios para que puedan adaptarse a un sistema escolar normal. Desde mi formación como psicóloga he aprendido a detectar necesidades y crear estrategias que permitan mejorar el sistema educativo. Una amiga y yo estamos estableciendo reglas claras, además de un sistema que se basa más en motivar a los niños para que así haya más respeto y las profesoras puedan repensar la forma en la que llevan la escuela para mejorarla.

Me enfrento a retos como el hecho que los niños hablan hindi, por lo cual tengo que comunicarme de formas no verbales y empezar a aprender el idioma, el cual no utiliza letras sino otro tipo de símbolos. La dificultad de trabajar con una población tan específica como son los niños de la calle, es que no están acostumbrados a la estructura de un sistema escolar, por lo cual no es fácil lograr que obedezcan y sigan actividades. También están los obstáculos para comunicarnos con las maestras, pues solo una habla un poco de Inglés. Es complejo el trabajo y se compone de muchos retos que son pequeños, pero que cuando los vamos logrando son mucho más significativos de lo que parece.

Estoy entusiasmada con este proyecto, dispuesta a potencializar los recursos que se tienen para mejorar la escuela y a cooperar para perfeccionar su estructura y mejorar la enseñanza, con el fin de ofrecer a los niños una educación de mayor nivel, más oportunidades y una mejor calidad de vida.

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