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Los niños del agua

En los templos shintoístas de Japón, hay unas estatuas llamadas “mizuko” para honrar a los niños abortados tanto natural como intencionalmente. Un “mizuko” vestido como niño es señal de duelo por un aborto.

Traducido al español, “mizuko” significa “niño del agua”, un eufemismo que los japoneses utilizan para referirse a las criaturas que, como el elemento líquido, fueron ‘escurridos’ de la vida por sus padres. Son los no nacidos, para quienes el remordimiento ha creado cementerios en todo Japón. No son cementerios propiamente dichos, pues no hay tumbas ni cadáveres, solo estatuillas que evocan un doloroso recuerdo. Son lugares de oración, donde se practica la plegaria que se eleva para consolar a un alma en pena (kuyo).

Pero, ¿por qué las mujeres de una cultura no cristiana han quedado con un trauma post-aborto? ¿No se suponía que este trauma era producto de la influencia religiosa católica, que condena el aborto?

Se estima que desde 1948, cuando se aprobó la ley del aborto, en el país del sol naciente se han practicado más abortos que el número de habitantes actuales, es decir, 127 millones de casos en medio siglo. Sin embargo, ni la legalización del aborto ni su práctica habitual han logrado frenar la conciencia de las mujeres que lo han realizado. Y la prueba del daño psicológico es patente. Esas madres japonesas pagan entre  80,000 y 150,000 yenes (entre 800 y 1,500 dólares) para “enterrar” a su niño abortado. En realidad, no es propiamente un entierro, sino la “asignación” de un lugar para que el alma del no nacido “pueda descansar”.

En el templo budista Shiunzan Jizoji de la localidad de Chichibu, una placa conmemorativa explica la finalidad de ese cementerio: “que las almas de los niños abortados que vagan ‘en el país de las tinieblas’, tengan un lugar donde los padres los puedan ‘enterrar’ y descansen.” En realidad, esos niños no vagan o vuelven a molestar a sus padres que los abortaron intencionalmente. Es la conciencia moral de estos padres la que les reclama que hayan interrumpido una vida.

“Esta práctica de ‘enterrar’ a los mizuko, se ha convertido en una tradición muy arraigada dentro de la cultura japonesa y no es más que una muestra del remordimiento que sienten los padres por haber segado una vida humana”, explica el jesuita y jurista José Llompart, que lleva más de cuatro décadas viviendo en Japón y ha escrito varios libros sobre la cultura, leyes y tradiciones locales. “Dentro de la cultura nipona es muy importante la existencia de una tumba. Por ello, esto de ‘enterrar’ las almas de los no nacidos ha tenido tanto arraigo. Se busca evitar que regresen y dañen a la familia o a los hijos que sí nacieron”, explica Llompart.

Sobre el tema no hay informes, historia, datos ni cifras; solo silencio. Es una práctica que existe y punto, no hay nada más que saber. Como si se quisiera olvidar. “No hay estadísticas exactas”, asegura el jesuita Akio Awamoto, que los primeros domingos de mes oficia misa en honor de estas almas en la Iglesia Yotsuya, uno de los centros católicos más grandes del Japón.

Así como aquellas madres japonesas “visten” a sus “mizuko” y los adornan como si fueran niños vivos, de igual manera las mamás occidentales que han decidido abortar se preguntan con frecuencia: “¿Cómo sería hoy mi hijo?”. Clínicamente se denomina “Trastorno de estrés postraumático” (TEPT) a este estado psicológico. Este remordimiento no es producto del adoctrinamiento religioso. Aunque hay en juego un claro factor moral y también un elemento biológico.

La investigadora española Natalia López Moratalla presentó un estudio científico sobre el TEPT, que demuestra que todas las emociones dejan una huella en las neuronas: “Naturalmente, el embarazo como proceso biológico es evaluado positivamente, mientras que su terminación espontánea o violenta, antes de que el hijo llegue a término, es evaluada biológicamente como negativa. Y guardada, por tanto, en el cerebro, como recuerdo positivo en el primer caso, y negativo y traumático en el segundo”.

Tanto la experiencia moral atestiguada por la existencia de cementerios llenos de estatuillas “mizuko” en Japón, como los estudios neurológicos que explican el “trauma post-aborto”, indican que un aborto, lejos de favorecer a la mujer, termina por dañarla.

Hay muchas mujeres profundamente afectadas: esta es la tragedia de los “niños de agua” que se escurrieron del vientre de sus madres, dejándoles un trauma muy difícil de superar.

¿Cuándo vamos a comprender que apoyar el aborto no significa estar a favor de la mujer?

 

 

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